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Las trampas de la memoria

Saúl es un sobreviviente de la Shoá que suele ser muy participativo. No puede guardarse algo que piensa, le pica, le urge comunicarlo y sea cual sea el tema del que se está hablando, si a él se le ocurre algo, lo dice. No es así debido a su edad que es mucha. Siempre fue así. Lo dicen sus hijos y sus nietos. Le gusta contar cosas y aunque a veces suene extemporáneo, da ternura su necesidad de confirmar que está y que se lo escucha.

Ávido lector, amiguero y sociable, se nutre de varias fuentes de información y disfruta enormemente compartirlo con todos. Es lo que pasó hace unos días.

En medio de la charla animada y las cucharitas girando en los pocillos de té, en su habitual tono de estoy por decir algo importante Saúl disparó:“¿Conocen el grupo ABBA?”. Varios contestamos que sí, que es un grupo sueco de dos mujeres y dos hombres y que cantan canciones muy pegadizas como Mamma Mía. Satisfecho y acomodándose en la silla, continuó. “Les voy a contar algo que seguro no saben. Es sobre la rubia”, esperó unos segundos para asegurarse de que tenía la atención de todos y siguió: “Resulta que durante la guerra la madre tuvo un affaire con un soldado alemán que debía obedecía las órdenes recibidas por el alto mando nazi de embarazar a todas las mujeres que pudiera si tenían aspecto ario. ¡Era una idea de un médico argentino que asesoraba a los nazis! ¡Un argentino! ¡increíble, no?! Bueno, el hecho es que embarazó a una muchacha que tuvo una niñita rubia preciosa, bien aria. Lo que el soldado alemán no sabía era que la muchacha era judía. Así que, -en un chan chan triunfal- la chica rubia de ABBA, ¡es judía!”.  

Si bien conocía el hecho me resultó fascinante el modo en que lo que de verdad pasó se fue modificando y con fragmentos verídicos se construyó un relato que, como una pintura al óleo en proceso, sumaba capa sobre capa cambiando formas y colores y ya no era lo que había sido en un comienzo. 

Veamos los hechos en los que se basó el relato de Saúl. Durante el nazismo hubo muchos programas destinados a “mejorar la raza aria”. Uno de ellos era Lebensborn -la fuente de la vida-, ideado por Himmler en 1933. Las muchachas alemanas de sangre pura y aspecto ario debían entregarse a muchachos igualmente de sangre pura y aspecto ario para gestar muchos niños de sangre pura y aspecto ario, los futuros dirigentes del Reich de los Mil Años. Las muchachas, orgullosas de su aporte voluntario al régimen, eran alojadas en varias locaciones en Alemania donde eran cuidadas y se atendían sus partos. Los hijos no eran sus hijos, eran hijos de Hitler, no había lazos afectivos ni cuestiones emocionales, a modo de establecimientos de cría de ganado, había que procrear y poblar. El programa fue aplicado también en Noruega ocupada y allí, una muchacha, tal vez para asegurar el sustento o la supervivencia, se entregó a un soldado alemán y en 1945 dió a luz a la niña Anni-Frid. A poco de nacer debieron refugiarse en Suecia por temor a las represalias de la población noruega que acusaban a la joven madre de colaboración con el enemigo y traición a la patria.

De modo que el relato se parece a lo que pasó. Es cierto que una de las mujeres de ABBA es fruto de una relación de su madre con un soldado nazi, pero no la rubia sino la morocha. Es cierto que hubo un funcionario que creó el programa, pero fue Himmler, no un médico argentino. También es cierto que hubo un argentino funcionario del nazismo, Walther Darré, pero no era médico sino militar y dirigió el Ministerio de Alimentación y Agricultura sin relación alguna con el programa Lebesborn. No es verdad que la madre de Anni-Frid fuera judía, de modo que ella tampoco lo es.

Resulta fascinante imaginar cómo habrá sido el camino entre el hecho real y la versión que llegó a Saúl. Me recuerda el concepto de “noticia deseada” enunciado por Miguel Wiñazki que podría resumir como la tendencia a creer lo que necesitamos creer, idea emparentada con el  sesgo de confirmación. 

Los judíos parecemos tener un gran placer en encontrar judíos o ascendencias judías en todas partes, en especial en personas conocidas o famosas. Como si nos legitimara, nos diera valor, nos enorgulleciera, nos diera sustento para derribar una y otra vez el prejuicio antijudío que todavía sigue siendo parte de nuestra cultura mostrando que personas reconocidas y valiosas también lo son. 

También lo del médico argentino podría estar satisfaciendo el deseo de decirle a otros argentinos, especialmente a los que siguen mirando a los judíos con sospecha y que como argentinos se sienten libres de culpa, que hubo compatriotas cómplices de los asesinos. 

Cuando la memoria se vuelve relato, las investigaciones revelan que lo que uno recuerda de un hecho es lo que dijo la última vez que lo contó. Si algo se ha contado muchas veces, cada agregado, cada pequeña modificación o énfasis que antes no estaba, se suma al hecho en sí y poco a poco, como bien lo sabe la psicología del rumor, va cambiando y se va alejando de lo que en realidad sucedió. 

La serie The Affair lo ponía en evidencia en cada episodio. Relataba lo sucedido primero con los recuerdos de uno y luego con los recuerdos del otro. Y se veían lugares diferentes, ropas diferentes, horarios diferentes y hasta los protagonistas decían cosas diferentes. 

La memoria no es fotográfica. Y, aunque pretendiera serlo, como bien lo saben los fotógrafos, todo depende de donde se ubica la cámara, como es la luz, el tiempo de exposición, los filtros utilizados y qué se quiere enfocar. 

La verdad, lo que de veras sucedió nos es elusivo. Lo guardamos en la memoria recortado, tergiversado pero como no lo sabemos, tenemos la ilusión, vivida como firme convicción, de que refleja exactamente lo que pasó. Como esos hermanos que al compartir recuerdos de sus infancias con sus padres y no parecen haber vivido con las mismas personas, han guardado diferentes fragmentos teñidos con sus particulares necesidades y vivencias. 

El relato de Saúl ilustra, una vez más, que debemos tener mucho cuidado al enunciar un recuerdo y creer que lo hemos guardado fielmente, que no hemos dejado nada afuera y que lo estamos contando exactamente como fue. Como cerraba Guillermo Nimo sus columnas periodísticas, nos atendríamos más a la verdad si al contar nuestra versión de lo que supuestamente sucedió dijéramos “por lo menos, así lo veo yo”.

Derecho al olvido.

¿Se puede borrar la memoria por decreto? ¿Se puede anular el pasado con un acto de voluntad?

La exmodelo Natalia Denegri demanda a Google para que se aplique el derecho al olvido. Exige que desaparezca del buscador su vinculación con la fraguada “causa Guillermo Cóppola” en la que estuvo implicada en los años noventa. La solicitud, basada en jurisprudencia de la justicia española, abre cuestiones relativas al derecho a la intimidad, la libertad de expresión, la censura y la desmemoria.

Más de uno querría borrar de su recuerdo y del conocimiento de los demás, los pecados de juventud, aquellas conductas que le avergüenzan y las compañías de las que hoy reniega, cuando fue humillado o sometido. Lo aprendí con los sobrevivientes del Holocausto. Pareciera que siguieron adelante y olvidaron lo vivido, pero una ligera chispita, aparentemente inconexa, trae todo nuevamente, nada se había borrado. El “pasado pisado” es un engaño, la frase misma lo dice, bajo lo pisado está el piso sobre el que estamos parados. 

Hoy la frontera entre lo público y lo privado se va atenuando hasta casi desaparecer. Todo lo que se sube a las redes allí queda. Los archivos de internet son implacables contra el olvido y la desmemoria. Guardan todo lo publicado, sean verdades o mentiras, como las peligrosas fake news, esas mendigas vestidas de diosas tan difíciles de desenmascarar. Todo lo que se publica permanece para siempre en la Amplia Red Mundial (WWW por su sigla en inglés), esa plaza pública que, como aquel Funes de memoria perfecta e inapelable, no sabe olvidar. 

El funcionamiento de nuestra memoria, tanto individual como social, construye sorprendentes coreografías tejidas tanto con recuerdos como olvidos en danzas móviles y cambiantes. El olvido es parte de nuestra memoria. Recordamos y olvidamos de manera espontánea y a veces misteriosa, como cuando descubrimos recuerdos encubridores, falsos recuerdos, olvidos protectores y olvidos negadores. Son danzas que a veces entorpecen nuestros pasos y nos hacen trastabillar y otras nos permiten seguir viviendo. Aún así, nuestro pasado, verdadero o tergiversado, aún cuando parezca olvidado, no se puede borrar. 

Además de la memoria personal y la de internet, hay una memoria construida social, cultural y políticamente. En parte espontánea pero en gran medida está digitada y planificada. Precisa relatos de glorificación u oprobio que construyan consensos, identidades comunes, una idea de nación con un pasado e ideales compartidos. Memoria usada muchas veces para apoyar alguna política que se pretende instalar o un poder que se intenta sostener. 

Pero tanto en la memoria colectiva como en la individual, los intentos de borrar el pasado molesto para no traerlo al presente, sean espontáneos o planificados, son imperfectos y, a menudo, transitorios. ¿Cuál es ese derecho al olvido si, como dice la canción sobre el sol, el pasado, aunque no lo veamos, siempre está? 

Es como querer guardar un globo inflado en una caja más chica. Lo apretamos por un lado para que entre pero se agranda y se nos escapa por otro. Como si tuviera vida propia. No se deja recortar, editar ni encajonar. Todo lo vivido está en cada uno de nosotros. Todo lo publicado en internet seguirá ahí. Es como el aire del globo, engañosamente invisible pero inamovible. 

El “derecho al olvido” es más que un tema jurídico. El pasado no se anula con un acto de voluntad. La memoria no se borra con una sentencia judicial. Somos y seremos el resultado de quienes fuimos.


Publicado en Clarin.

La última vez.

Después de encajar bien la llave en la cerradura del placard que siempre se nos resiste y de bajar la caja que estaba arriba de todo, tuve el primer placer del reencuentro. Dentro de la bolsa que apareció ni bien levanté la tapa ahí estaba: negro, sostenido por su estructura también negra, me esperaba detenido en las 9,35, la hora en que le había quitado la pila la última vez. Fue en febrero de 2020 cuando dejamos el departamento como lo hacíamos todos los años, con todo lo personal bien guardado en un espacio superior del placard bajo llave para que el departamento quedara neutro de cosas nuestras y pudiera albergar inquilinos. Cada año, al volver, la ceremonia se repetía. 

Las ceremonias repetidas son rituales que marcan mojones. 

Abrir la bolsa, mirar en qué hora había quedado la última vez, tomar la pila que estaba en el fondo, mirar bien de qué lado el conector, de qué lado el resorte, colocarla, ver si anda y poner el reloj en hora. Era la hora en que habíamos llegado. El ritual se repetiría, al revés, al momento de irnos. El acto de quitar la pila era el momento del adiós. De manera especular, el acto de poner la pila y hacerlo andar nuevamente era el momento de un nuevo comienzo. Sólo que esta vez, sabía que era la última vez en que pondría en acción el ritual de tantos años. 

Habíamos venido al departamento para desarmarlo y entregarlo a sus compradores. Esos movimientos que formaban parte de la llegada a Punta del Este de tantos años, fueron el comienzo de la ceremonia de despedida. Nunca más volvería a ver a qué hora le había quitado la pila. Nunca más buscaría ansiosa la bolsa para hacerlo revivir. 

Uno sabe generalmente que algo ha sido la última vez solo después de haber hecho las cosas habituales. No es común hacer algo sabiendo que es la última vez que se lo hace. 

Pienso en los habitantes de esos sitios que iban a ser anegados por la construcción de una represa. Pienso en el día que tuvieron que dejar sus casas, sus senderos conocidos, sus paisajes de siempre, sus sonidos, sus puntos de identidad y referencia. Pienso en el día en que tuvieron que irse, ya vaciadas las casas, ya todas sus pertenencias a resguardo en otro lugar, pero “ese” lugar ya no estaría más. Esa última mirada. Ese último paneo minucioso y lento por cada centímetro con la ilusoria esperanza de guardarlo en la memoria sabiendo que no se podrá porque a cada hora se veía diferente, en cada estación del año y en cada estado de ánimo de quien miraba. Las cosas parece que están ahí y son siempre iguales. No lo es para nuestra experiencia humana. Eso que está ahí, fijo y estable, es cambiante, móvil ¿cómo guardar todas esas facetas en la memoria con una última mirada? No es posible. Y saberlo hace un desgarro en el alma, igual al desgarro de la ropa que se lleva puesta en un entierro según el ritual judío. La muerte, la pérdida, el adiós definitivo, es una partición de aguas, un desgarro irregular y desprolijo que cicatrizará según pueda, cuando pueda y cómo pueda. 

Pienso también, -¿cuándo no?- en los deportados durante la Shoá al momento en que eran arrancados de  sus casas, en que eran separados de su gente a la hora de la fatídica selección. No sabían en ese momento que lo que veían lo estaban viendo por última vez pero, luego, evocado, todos los sobrevivientes relatan esa última vez como la encrucijada que cambió sus vidas.

Estoy cerca de los 80 y los últimos 50 años Punta del Este y el departamento que estoy por dejar, fue una segunda casa. Comprado por mis padres en sus últimos años, aunque pequeño, siempre alguno de la familia venía un tiempo a veranear. Mis hijos, especialmente el mayor que acompañaba a mis padres varios meses, lo tuvieron también como su otra casa. 

El edificio es el Mare Nostrum, una vieja construcción de la década del sesenta, frente a la parada 1 de la Playa Brava. Nuestros chicos lo llamaban “mare mostruo” (no “monstruo” sino “mostruo”)  que les sonaba más familiar que su nombre original, el modo en que los romanos llamaban al Mar Mediterráneo. Un edificio muy bien ubicado pero sin las pretensiones,  amenities ni lujos de los edificios construidos más tarde. Sencillo y con muchos residentes uruguayos, nos recibió siempre de manera amorosa y cálida. Estamos en un octavo piso y desde el balcón tenemos enfrente la ancha playa y a la derecha se ven Los Dedos que identifican a Punta (Escultura de Mario Irarrázabal, chileno, que se llamó originalmente El hombre emergiendo a la vida o Monumento al ahogado pero se la conoce como Monumento a los Dedos o La Mano y es el símbolo de Punta del Este) y asomados podemos ver los coches circulando por la Gorlero a toda hora.

Una vez que lo heredé, le compré su parte a mi hermano y fue todo mío. Lo reformé, lo modernicé, lo puse más lindo y llegar fue siempre una fiesta. 
El pequeño living-comedor se continúa con la cocina en un espacio integrado que hizo que lavar los platos fuera una ceremonia placentera y deseada. Es que la bacha fue colocada de modo tal que si levantaba la mirada había enfrente, y como fondo escenográfico, el ventanal, el cielo y el mar. 

Lavar los platos era un momento de meditación, de relajamiento y concentración en la belleza del paisaje siempre cambiante. El mar, ora azul o verde profundo, ora gris o marrón, en algunos días tranquilo, aplanado y liso o más chispeante, inquieto, bordado con la puntilla blanca en las crestas de las olas, en otros, en los días tormentosos, enfurecido y brutal. A lo lejos la Isla de Lobos que en días límpidos se ve claramente recortada y cuando baja la neblina se ve  una imagen fantasmal que aunque no se dibujan bien los contornos se adivina el faro porque uno sabe que está. Y de noche el placer de la luz intermitente que con la proverbial regularidad farística envía un haz cada tantos segundos de manera precisa y esperable, como un pulso vital que va regulando el de quien mira. Paisaje inolvidable. El último día que lave los platos espero hacerlo sin llorar para que las lágrimas no me impidan ver todo esto por última vez, y sé de antemano que esa última imagen será la de ese momento, que nunca más lo veré desde todas las demás perspectivas. 

El primer “última vez” empezó en la ruta interbalnearia un poco antes de Las Delicias y apareció la bahía de Punta del Este con ese despliegue radiante y bello de costa, mar y cielo con el que recibe a los que llegan por ahí. No sé si volveré alguna vez, tal vez sí, pero nunca será encarar ese tramo del camino, el que precede a la llegada a nuestro departamento y empezar a sentirme en casa otra vez. Las últimas primeras veces se sucedieron sin cesar. 

Luego fue ingresar en el garage, descargar los bolsos, ya dentro del ascensor tomar las llaves de la puerta y abrir conteniendo el aire, como temiendo que algo se hubiera corrido de lugar e ir descubriendo que por suerte no, que la heladera estaba ahí, que la tecla de luz que se pulsaba encendía la luz esperable, que todo lo que esperaba encontrar, todo lo que hacía que el lugar fuera mi casa, estaba ahí. Un alivio, un reencuentro feliz. No así con lo que encontraba descompuesto o funcionando mal. Siempre había algo que no estaba bien luego de un año de estar deshabitado. Una persiana trabada, un inodoro que perdía, alguna lamparita quemada… Y la memoria tramposa que nos hacía olvidar dónde habíamos puesto alguna cosa que cuando aparecía nos hacía respirar aliviados. Igual todos los años. Pero esta vez fue la última vez de todos esos rituales.

Terminar un ritual es raro cuando se sabe que se lo está terminando. El último día de clases que no recuerdo con esta nostalgia que siento ahora por esto que estoy por dejar. La nostalgia vino después, no estaba el último día ni los previos. Tampoco sucede ante la muerte de un ser querido porque no es habitual saber que esa interacción será la última, recién después de que muera sabemos que aquella vez fue la última y solemos recordar muy bien lo que hablamos, cómo nos veíamos, qué sentíamos y guardamos ese momento como algo precioso, el último momento que compartimos con esa persona. Terminar un ritual sabiendo que se lo está terminando es raro.

Cada año que vuelvo a Punta del Este hago una auditoría sobre los cambios visibles. Edificios, negocios, restaurantes, paseos, los que siguen estando, los que desaparecieron, los que cambiaron y cada año pienso lo mismo, “si mamá lo viera”. Mamá falleció hace 26 años y sigo hablando con ella. Le pregunto, me contesta. Le cuento, me comenta. La transformé en una voz interior que me interpela, me contradice, me critica, me divierte, me da consejos y me mantiene despierta. “Si vieras mamá, Gorlero ya no es lo que era” o “ya no pasan los fotógrafos por la playa capturando imágenes de chicos para que los padres se tienten y compren las fotos… de ésos que dejaban la tarjeta y uno iba a la tarde al negocio y al ver la foto, que siempre era bellísima, no podía no comprarla…ya no pasan más mamá, ahora todos tenemos una cámara en el celular…” 

La  última vez que bajamos a la playa por primera vez en la temporada. Protector solar, bolsito, anteojos de sol, sombrilla (paseo bajo el sol protegida por una sombrilla china de color naranja), la correa del perro que me ato al bretel de la malla para liberar mis manos y allá vamos. El cruce de la calle expectante abiertos a cómo está todo…. descubrir que el caminito de madera que pone nuestro edificio tiene otro dibujo, serpentea siguiendo el cambio en las dunas ocurrido en los dos años pasados y una vez en la arena, los pasos hacia la orilla, cada dedo de los pies sediento del contacto con el agua y el habitual “¡qué fría está!”. Casi igual que siempre. La primera caminata por la orilla, siguiendo el borde del agua que llega y se va. Nos quedamos un ratito refrescando los pies y una vez que nos hemos adaptado a la temperatura empieza nuestro paseo habitual hacia el norte…. Mi marido a mi derecha, el perro a mi izquierda, mi sombrilla naranja cubriéndome del sol pero a no más de cinco minutos, esta primera vez de la última vez, que queremos hacer la misma caminata de siempre a poco de empezar, ya estamos cansados, sentimos que nos cuesta respirar, que las piernas nos piden paz...pero no entendemos bien por qué. ¿Será que de pronto el camino se volvió más largo? ¿más empinado? ¿que hace calor? ¿será que cambió la consistencia de la arena y caminar se ha vuelto más trabajoso? ¿será que cambió la fuerza de gravedad en la playa brava y todo pesa mucho más? ¿o será que estamos más viejos y nuestro brío ya no es lo que solía ser? Nos miramos. Nos sonreímos. Y, mucho más cerca de lo que hacíamos siempre, decidimos volver. 

Cada vez que miro el balcón recuerdo a papá sentado ahí. Horas. No quería, no podía, bajar a la playa. Compraron este departamento precisamente para que mamá pudiera encontrarse con sus amigas mientras él se quedaba y ambos podían tener algún contacto visual. ¿Qué hacía papá esas 3 ó 4 horas?  Mamá se tostaba al sol junto con Petisa, Jánele, Ianka, Sarenka, Bela, Ania, Luszka, Poli, Lony, Stefa, Marisia, Hanka, Herta, Ester, Fela, Tunia (¿de quién me estoy olvidando?) con sus sandalias de taco chino y bolsos dorados y plateados y su parloteo en polaco, idish, alemán, húngaro… qué fiesta era escucharlas, ese ramillete parlanchín de mujeres perfumadas, con sombreros y anteojos a la moda, con mallas compradas en Miami que fumaban, reían y hablaban como si se terminara el mundo. Todas sobrevivientes. Todas hijas del milagro de estar vivas. ¿No se aburría papá, solo, en aquellos tiempos sin celular? La vista no le permitía ya leer y se estaba ahí sentado todas esas horas teniendo al grupo de mujeres como foco de referencia. Cada vez que miro el balcón recuerdo a papá sentado ahí. No solo me pasa esta última vez. Me pasaba siempre. Es curioso como la presencia de los ausentes sigue siendo tan fuerte con el paso del tiempo. Papá murió hace 33 años y sigo mirando el balcón y sigo viéndolo sentado allí esperando que mamá vuelva.

Vine a Punta del Este por primera vez poco después de mi separación. Tenía 24 años y un hijo de 2. En aquel primer verano estuvimos en el edificio “El Grillo” en la parada 14 de La Mansa. Inolvidables los gloriosos atardeceres que veía desde la ventana bajo la cual estaba preparando a mi hijo para dormir, cambiándole los pañales y poniéndole su piyama. Una vez terminado el trámite con canciones y mimos, lo sentaba frente a la ventana y nos quedábamos en silencio viendo caer el sol, lento, relajado y pacífico y mi hijo decía “tau sol” agitando su manita, “tá manana” y cuando la última puntita desaparecía tras el horizonte, nos abrazábamos y se iba feliz a dormir como lo había hecho el sol mientras el cielo se teñía de rosados, azules y púrpuras cambiantes y azucarados.

Ese mismo año, en un boliche al que fui con mi hermano y su novia de entonces, conocí a quien fue un gran amor que duró solo dos años al cabo de los cuales nuestros caminos divergieron. Pero siempre Punta del Este está ligada a aquella historia y luego de casarme por segunda vez otras historias se sumaron con los veraneos con los chicos, con la nueva familia. 

Tanto vivido acá. Tanto tiempo. 

Nuestros hijos, Hernán y Judith, Laura, Lucía y Joaquín, tienen sus memorias personales ligadas a estas paredes de las que me estoy por despedir.

Supongo que  especialmente Hernán que ha pasado veranos enteros con la Baba siguiendo sus rutinas. Pero los otros también, cada uno a su modo. Lucía hizo un video la última vez que estuvo y me dijo que no sabía que estaba siendo la última vez. Lo hizo como homenaje a la Baba. Está acá

Dice Lucía: Sin saber que era mi última visita a ese departamento, tuve la necesidad de convertir esos objetos en imágenes porque era una forma de que trascendieran en el tiempo. Porque si se rompían o perdían, quedarían esas fotos para preservarlos en la memoria. Y porque cada uno de ellos había sido indiscutiblemente de la Baba: el timbre, la lámpara, la tapa de la cadena del baño, los picaportes, las sábanas, toallas, los pisos, el servilletero, los escarbadientes. Todos, todos y cada uno. Cuando de forma desatendida mi mirada se tropezaba con algún detalle de ese departamento, me sorprendía una sonrisa ligada a una escena y a la certeza de que todos ellos juntos hacían sentido como parte de un sistema que me era familiar, familiar de la niñez, por ende cargado de cosas buenas y  de las otras. En ese living solía haber olor a comida elaborada de la Baba, como la de ningún otro  miembro de la familia. Volver de la playa con hambre y que nos esperara el almuerzo de la abuela, era uno más de los detalles de ese espacio que hablaba de un orden de hogar que no solíamos vivenciar en las un tanto caóticas casas de nuestros jóvenes padres separados. No era frecuente la comida elaborada, ni las toallas con olor a perfume, ni la sensación de que había una rutina. 

Sin embargo, también cierta contradicción se hacía presente en esas estadías: veranear en Punta del Este y estar en uno de los lugares más ostentosos con la sensación de que no pertenecíamos allí. Esa mezcla de abundancia y austeridad que la guerra había dejado en esos abuelos, que era parte de nuestra realidad cotidiana. Pero sobre todo,  en sus distintas etapas, Mare Nostrum fue un refugio que siempre abrió sus puertas para dejarnos entrar, para darnos un lugar cómodo, donde descansar, sacarnos la arena, parar el viento y mirar las olas. Un espacio acolchonado y dulce, donde la Baba fue más la Baba y especialmente fue más abuela.

Hay en el departamento tantas otras huellas que quedarán acá cuando lo dejemos definitivamente. El trabajo de mi marido cambiando todos los enchufes, encolando las sillas que bailaban por sí solas, resolviendo cada una de esas cosas de todos los días recurriendo a sus cajas de herramientas con alambres y alambrecitos, cintas y cintititas, tornillos y tornillitos, tuercas y tuerquitas, todo tipo de adminículos que confieso que no sé para qué sirven pero que cuando hicieron falta ahí estaban y si algo no corría lo suficientemente fluido venía munido de su W40 y rociaba lo que fuera que, mágicamente, recuperaba su fluidez. Por donde miro está la mano de mi marido dejando su marca de arreglador e ingenioso solucionador.

En esta última vez que estoy transitando toca revisar papeles, Reencuentro un dato curioso que había olvidado. Los dueños originales del departamento eran tíos de mi marido. Sincronías, convergencias, curiosidades. Varios años antes de unirme a él mis padres compraron este departamento que pertenecía a sus tíos y a una prima. Ver sus nombres en la escritura junto con el de mamá es raro. Cruces, reflejos, historias inconexas encontrando puntos invisibles que se enlazan, sorprenden y uno se rinde ante esos misterios y se pregunta cuántas otras conexiones hay entre la gente que, por no indagar, se desconocen, cuántas redes intangibles nos ligan sin que nos demos cuenta.

Y mamá presente de un modo sorprendente. Ya lo dije. La recuerdo quejándose de haberse equivocado en la compra de este departamento, que por una diferencia mínima podría haber comprado otro con lavadero, un poco más grande. La recuerdo preparando la mesa para el juego de la tarde con sus amigas del Rummy, arreglándose para recibirlas como a ella le gustaba, no vaya a ser que fuera menos que nadie. Mamá, que guardaba el apodo con el que la llamaba su padre, “mein kleines Sissy”, mi pequeña Sissy (la reina del Imperio Austro Húngaro esposa de Francisco José), y soñaba con destinos aristocráticos y terminó “casada con un carpintero” como decía. Pero cuando pusieron un negocio de ropa y sacó a papá de la madera y el aserrín “que ensucia todo”, lo llamaron “Grace” porque la historia de Grace Kelly era para ella la representación suprema de lo posible, dado que “una plebeya se había casado con un rey” (sic).

Venir acá fue siempre un reencuentro con papá y mamá. Todo eso también terminará. Sus presencias seguirán pero en otros contextos y escenarios, no en éste que compartí tantas veces con ellos en mi vida adulta.

Volveremos a veranear en la costa argentina o en Mendoza o en donde podamos pero será alquilando, un lugar sin pasado, con paredes mudas y recuerdos vacíos. No tendremos que tomarnos los primeros días para arreglar lo que se desarregló durante el invierno. Pero tampoco tendremos el conmovedor placer del reencuentro y la sensación de estar “en casa”. 

Será dura, durísima la última siesta. En la reforma hicimos que el dormitorio del frente tuviera una plataforma que elevara la cama de modo que, una vez acostados, la ventana estuviera a la altura de nuestros ojos. Creo que es el punto máximo del departamento y el que todos los que durmieron en él recuerdan con más placer. Terminar de almorzar, sentir la modorra que solo se alivia en posición horizontal y hacerlo con semejante vista es un momento gema. El mar, el cielo, la playa, la península con el pequeño santuario de la Virgen de la Candelaria, los edificios que miran al norte (el Santos Dumont, el Mir, la Torre del Sol, el casino …) todo eso frente a mi… leo y cada tanto subo la mirada y la dejo que vagabundee, entrecierro los ojos y el ruido del mar es un arrullo adormecedor. Qué dura será la última vez. 

¿Cómo es elegir lo que uno se lleva y lo que deja? Hay tanto acumulado en casi 50 años. Cosas de mis padres. Cosas nuestras. Cada una con su historia y evocación. ¿Cuál es el criterio? ¿La utilidad? ¿La emoción? Ante cada elemento las mismas preguntas. Algunas se responden fácil. Otras no. Mi hermano me dice que Joaquín compró una casa en el Tigre y necesita de todo, pero ¿cuánto se puede llevar mi hermano? Platos de varios modelos, playos, hondos, de postre…, fuentes, jarras, vasos grandes, vasos chicos, copas de vino, de licor de champagne, bandejas, sartenes, ollas de varios tamaños y usos, tapas de ollas, recipientes de plástico, budineras, torteras, flaneras, manteles individuales y de los otros, termos, cafeteras, teteras, servicios de té y café….. y sigue la lista. Y voy mirando uno por uno y con cada uno establezco un diálogo silencioso, me demoro, cierro los ojos y acaricio lo que sea que esté evocando en el elemento que tengo en  mis manos (que calla, claro, calla porque no es la cosa en sí, es aquel momento, aquella tarde con papá, ese desayuno con mamá, ¿qué va a saber la cosa todo lo que trae consigo?).

Con mi proverbial enfermedad mental que me hace pensar en los sobrevivientes de la Shoá y en sus experiencias tan inasibles, me pregunto, junto con las otras preguntas, ¿cómo habrá sido el tener que decidir de un momento para otro qué llevar cuando debieron dejar sus casas para ser deportados? ¿Qué cabe en un bolso de mano? ¿Cuáles son las cosas preciosas de las que uno no se quiere desprender? ¿Se elige por utilidad o por afecto? Entre un álbum de fotos y algún alimento ¿qué llevaría? ¿o entre esa muñeca que hizo una abuela y un libro? Lo mío no es tan dramático, para nada, pero de alguna manera me es un alivio pensarlo porque desdramatizo la situación, la aligero…

No todo sucedió de manera fácil y fluida. El proceso tuvo características similares, desde que nos decidimos a poner en venta el departamento hasta el día en que lo dejaremos. Todo ha venido con dificultades e inconvenientes que parecían determinar que no iba a ser posible y a último momento se resolvía. La palabra “último'' otra vez. Nos tenía con el aliento contenido, ansiosos porque no podíamos ir planificando nada porque cada cosa se concatenaba con una anterior que hasta que no se resolviera imposibilitaba continuar. Fue todo así. Como si el azar tuviera alguna conciencia y hubiera comprendido que no nos estaba resultando fácil, que no me estaba resultando fácil. Que era que no que no que no y al fin era que sí. Y que cada que no era un listo, basta, no se hace. Y cada que sí abría un nuevo tramo y otros que no que no que no repetían la secuencia. Tal vez era nuestra ansiedad pero cada paso venía tropezado pero al final nunca nos caímos. La lógica indica venderlo, no podemos pagar los gastos anuales, lo usamos tan solo un mes en el año, si se alquila al menos un mes tampoco se cubre lo que hace falta y los últimos años se alquilaba solo una quincena, que estamos grandes, que era llegar e invertir para arreglar la persiana que se trabó, la canilla que gotea, alguna herrumbre nueva o mancha de humedad. Y uno ya está para venir y relajarse, no  para ir a ferreterías y llamar plomeros y gasistas y cortineros y no sé qué más. Ya no. Aunque tenga ese matiz de tristeza, aunque quiera que sea eterno como quiero que sean tantas cosas, sé que no es así. Esta etapa se está cerrando.

Un recuento de las cosas que pasaron.  El depto está en venta hace varios años y ésta es la primera oferta que recibimos. La compradora quería firmar un boleto con una seña pero no lo podíamos aceptar porque no sabíamos cuándo podríamos ir debido a la pandemia y el cierre de fronteras. Iban y venían los mails, Alberto se negaba siempre. Una vez que el ingreso a Uruguay estuvo permitido hubo que decidir cómo viajar. Por tierra era complicado porque al regreso los pasos para entrar a la Argentina estaban cerrados, había que irse bien al norte para entrar. Decidimos ir por ferry pero para comprar el pasaje teníamos que cumplir con un trámite: mi acta de divorcio apostillada cuyo trámite se terminaba antes de un mes. Ya podíamos fijar una fecha para viajar. Ahora el problema era Max. Buquebus no admite mascotas salvo que se las deje en el coche. No queríamos hacer eso. Colonia Express las aceptaba pero siempre y cuando viajaran en un canil o en una bolsa ad hoc. Compramos el pasaje y compramos la bolsa. Todas las noches lo metía a Max en la bolsa y le daba una golosina de premio hasta que al final aceptó entrar allí y permanecer bien quietito. Mientras esperábamos el apostillado. Diciembre es un mes de festejos y feriados y no me garantizaban que estaría para antes del viaje. Le pedí a una persona conocida que trabaja en ese ministerio que agilice el trámite, cosa que no pudo hacer pero al menos consiguió que estuviera listo antes de nuestra partida. Finalmente llegó. En el camino al ferry, el viernes 31 de diciembre, nos avisan de Prosegur que se disparó la alarma en casa. Ya había pasado otra vez y había venido el servicio técnico que supuestamente lo había arreglado. Alberto quería volver, yo no. Seguimos viaje y llegamos al embarque y resultó que en el ferry todo el mundo llegaba con su perro, con una correa y listo y entraban lo más bien, compra del bolso al cuete. En el camino y una vez llegados a Punta, Damián nos avisaba que lo llamaban de Prosegur una y otra vez. Diana Sperling me decía que la alarma sonaba a cada hora y que los vecinos estaban que trinaban. Le pedimos que entrara en casa -tenía llaves- y la desactivara mientras esperábamos que el servicio técnico volviera a repararlo (se ocupará ella en recibirlos, la sospecha de Alberto y también un poco la mía, es que algo hice mal yo… veremos). Cada vez que llamaban de Prosegur o Damián nos avisaba, se nos ponían los pelos de punta y la angustia nos carcomía. Mientras, el lunes 3 tuvimos reunión en la inmobiliaria, entregamos los papeles, la escritura y todo lo que hacía falta a la escribana que dijo que se podía escriturar el jueves 6 o el viernes 7 y que una vez confirmado de nuestro banco que el dinero nos había entrado, todo estaba listo, lo que podía llevar unas horas o un día, pero si lo hacíamos el viernes la cosa terminaría el lunes. ¿Para qué fecha comprar el pasaje? y ¿Si entregamos el departamento donde estaríamos hasta el día del viaje? Mientras, el lunes 3 comenzamos el proceso de selección y categorización de los objetos. Ya con la cosa medianamente organizada, el martes 4 nos acostamos a hacer la siesta y se desató una tormenta eléctrica. Al levantarnos vimos que el modem estaba apagado y que el teléfono estaba mudo. Tenemos ambos servicios por fibra óptica. Cero internet. Cero celular salvo el mío que tiene datos. Pero teníamos que tener internet por las cosas por resolver que aún quedaban. Llamo al celular de la vecina del departamento de al lado para que nos preste su internet. Me dice que no están viviendo ahí, que lo tienen alquilado pero que la persona viene solo los fines de semana, que usemos su internet sin problemas. ¿Cuál es la clave? y no se acordaba pero dijo que estaba en un papel debajo del teléfono que le pidamos al encargado que nos abra y lo podíamos ver. El encargado no estaba. Debido a la lluvia se demoraba en llegar porque estaba todo anegado. Mientras intentaba comunicarme con Antel pero no lo podía conseguir. Nos mirábamos con Alberto como si fuéramos Caperucita perdida en el bosque y Alberto reflexionó y dijo “debe ser la fuente porque todo está apagado, hay que comprar otra” y yo me acordé que teníamos por ahí un viejo modem de Punta Cable que nunca habían retirado y que tenía una fuente que se veía parecida. Tomamos las dos y leímos con cuidado las especificaciones y resultó que era igual. Alberto desenchufó la supuestamente quemada, enchufó ésta que nunca habían retirado y ¡voila! ¡andó!. O sea, hasta último momento se aparece un obstáculo, nos angustiamos, sentimos que ya no, que se arruinó todo y de pronto se corren las nubes y vuelve a salir el sol.

Dato de color. Ahora sabemos quien es la compradora. Se apellida Kyzka que creo que corresponde a kiszka que en polaco quiere decir intestino, en idish kishkes, entraña, la sede de las emociones. Los empleados de migraciones escribían como podían esos apellidos llenos de consonantes de extranjeros venidos de Europa y no sería raro que un kiszka terminara siendo escrito kyzka. No es por cierto un apellido aristocrático, más bien parece uno de esos burlones impuestos por el imperativo tributario napoleónico. Era común que los funcionarios hicieran eso, en especial con los judíos pero no solamente con ellos. Me acuerdo de una amiga de la Baba que se llamaba Cesia Gąska, apellido que bien pronunciado era “gounska” que quiere decir “ganso”, tampoco un apellido de lustre en Polonia. Que se llame “intestino, entraña, kishke” es otro juego de la vida que señala en la lectura que hago cuanto estoy inmersa en el reino de las emociones más básicas. 

Y no solo eso, además la compradora es una muchacha joven, alta ejecutiva de una empresa farmacéutica, ingeniera industrial recibida en el ITBA como Judy aunque unos pocos años mayor. 

Es divertido pensar que provenga de una familia polaca, no judía, no sé por qué me la juego en ésa, pero polaca, como si se pusiera en acción acá el retorno de lo reprimido o no sé qué juego en el que somos peones sin riendas ni decisión alguna. 

Jueves 6 de enero. Luego de firmar la escritura y de conocerla me entero de que su apellido es eslovaco y ella dice que quiere decir algo así como yoghurt. No lo encontré en el traductor. Lo que encontré en una primera búsqueda fue que en esloveno quiere decir “concha”. Muy emocionante el acto de escritura. Valeria Kyska es una muchacha elegante, inteligente y de muy buen ver. Anillos, pulseritas, pantalón y blusa al tono, cartera con plateados, buen reloj, uñas pintadas. No sé cuál es su historia -divorciada y estaba con una pareja a su lado- pero cuando nos despedimos me dijo, con lágrimas en los ojos, “es mi sueño hecho realidad” y me fui con eso.

Luego, en la tarde, vino mi hermano a llevarse lo que quería tanto para él como para Joaquín. Se llevó los dos sillones del balcón, los dos sillones-director y una silla de playa. Platos blancos de cerámica Olmos y copas de vino. Toallas, sábanas, 5 frazadas, un juego de cubiertos de asado, tuppers y algunas cosas más.

Sorpresa: llama mi hermano diciendo que Raúl, con quien está en su casa, tiene síntomas, dolor de cabeza, ganglios inflamados y fiebre. No podemos ir allí, tampoco sabe si podrán viajar el lunes 10. Otra dificultad inesperada. Opción: mudarnos al departamento que alquiló la compradora hasta el día de nuestro viaje. Confirmado, nos mudaremos allí (voy escribiendo a medida que pasan las cosas)

Viernes 7. Salimos a caminar por la playa y planificando este último día en el departamento. Cargaremos el coche con todo lo que llevamos y dejaremos afuera solo lo que necesitaremos para los tres días restantes que pasaremos en el departamento que nos prestan.

Reflexión. Los nervios, la ansiedad, la tristeza, todo eso quedó atrás. Una vez que me puse en modo acción, una vez que las cosas se encaminaron y solo hay que hacer, el panorama cambió. El hacer diluye la anticipación. La angustia está en la anticipación, en la duda, en la incertidumbre, en el futuro. Cuando el futuro es presente, cuando no es pensar ni imaginar sino hacer, todo cambia. Es la primera vez que me doy cuenta de eso. Y ahora que lo pienso me pasa siempre que tengo que exponerme en alguna situación incierta -un examen cuando estudiaba, una charla, una entrevista- y una vez que estoy ahí recupero mi capacidad de pensar, me relajo y aprovecho a full lo que sea que sepa en ese momento. Sé que no es lo que le pasa a la gente que se paraliza ante la presión y que necesita recular para recuperar la capacidad de pensar. ¿Será que viven la anticipación de otro modo y lo que yo siento lo sienten en el momento de comenzar la acción? Me quedo pensando.

Viernes 7, 19.45. El último atardecer. Las cosas que llevamos y que no vamos a usar más ya están en el coche. La cena está lista. Mañana a la mañana pondremos en los bolsos la ropa y las cosas que tenemos que tener a mano estos tres días que estemos en el otro departamento. El domingo tenemos turno para el PCR que ya pagamos y estoy expectante por saber cómo les fue a mi hermano y a Raúl que se lo hicieron hoy. 

Estoy sentada frente al balcón, ya sin los sillones que se llevó mi hermano, mirando como el cielo se va tiñendo de pasteles y púrpuras. En un rato comemos y luego a la camita, la última noche en esta casa.

Sábado 8, día final, 9.45. Ya tenemos todo listo, en 15’ hacemos la entrega. En increíble la cantidad de cosas que uno tiene para “todos los días”. 

Instantes antes de irme definitivamente, acá con Valeria Kyska, la feliz nueva dueña del 813.

Alberto y Raúl dieron negativo en el pcr, excelente noticia. Otro obstáculo que se salvó en este proceso tropezado.

Miro a mi alrededor el departamento y está precioso. El día es de ésos soleados, calentitos, límpidos y pacíficos… 

Y finalmente todo terminó.

Hicimos el intercambio de bolsos y valijas, fuimos y vinimos varias veces y nos instalamos en el 1215, un departamento con un dormitorio y decorado medio al estilo de la Baba. Estaremos bien acá haciendo tiempo hasta el martes en que nos iremos de Punta del Este tal vez para siempre

Fueron días de muchas “últimas veces” en esta lenta despedida. Recuerdo estar en el muelle saludando la partida de alguien querido y ver el lento despegar del barco y su amodorrado alejarse como que no quiere, como que dale que vuelvo, como que me cuesta irme y la imagen que se va achicando mientras las personas conocidas se confunden con la masa de las otras que están saludando en la cubierta y ya no los vemos pero igual seguimos ahí parados, con el brazo en alto y moviendo la mano en un gesto si se quiere inútil pero que no podemos dejar de hacer. Así fue esta despedida y estos últimos momentos de las últimas veces. Los fui paladeando, de a uno, cada paseo, cada bajada a la playa por el caminito habitual, cada siesta, cada despertar con el sonido del mar, cada paso conocido le iba diciendo a mis pies que apoyen bien las plantas, que se empapen de ese suelo que pronto dejará de ser habitual, que sea una caricia, que sean muchas caricias, porque cuando algo termina, porque debe terminar, porque es así, es un poco más amoroso hacerlo que termine bien, sin rencores ni resentimientos, anticipando la nostalgia y gambeteando la tristeza, pero como bien dice el refrán, nadie me quita lo bailado y, así como mamá y papá siguen vivos en mi recuerdo y en mis conversaciones con ellos, también seguirán vivos todos los veranos que disfruté en este querido departamento. 

La última bajada a la playa, en la mañana del lunes 10 de enero de 2022. Caminamos entre las 8 y las 9, como se ve, a esa hora, no había casi nadie. El día era de ésos perfectos en Punta del Este: calor, el agua agradable, una brisa refrescante y ninguna nube en el cielo. No entré al agua pero mis pies sí.

Video hecho en 2010 para promocionar el alquiler del departamento.

Y dos fotos más:



























Justice, Truth and Memory in Jewish Argentina

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Traducción
Argentina durante la II Guerra y tiempo después

Para los que sobrevivieron y se encontraron vivos, el final de la guerra no fue un momento de celebración o alegría. 

Europa estaba cubierta por la sangre de las familias desaparecidas y también debían enfrentar la amenaza de la Guerra Fría. Sabían que debían encontrar otro lugar donde vivir.

Sin embargo, el triste resultado de la conferencia de Wannsee de 1938 -que ningún país aceptaba recibir a los refugiados alemanes y austríacos- se repitió al final de la guerra. Los sobrevivientes no sabían dónde podían ir. 

Mis padres, que habían sobrevivido e la guerra en Polonia y que habían perdido a su primer hijo, ya me tenían a mi y, junto a tantos otros, buscaban un país que nos recibiera. Las embajadas y consulados tenían largas filas pero sin buenas noticias. Y no les llevó mucho darse cuenta que el problema era que eran judíos. 

Decidieron decir entonces que eran católicos, dado que ya tenían experiencia en hacer lo que fuera para sobrevivir. Así fue como, soborno mediante, obtuvimos visas para ir a Paraguay.

¿Paraguay? ¡Qué palabra tan exótica! ¿Dónde era? ¿Cómo llegaríamos allí? Resultó que debíamos cruzar el océano Atlántico hasta el puerto de Buenos Aires en Argentina y continuar por tierra desde allí.

Buenos aires era prometedor porque sabíamos que una importante comunidad judía estaba allí desde antes de la guerra; así, ése fue su destino.

Llegamos en un barco el 4 de julio de 1947 llevando documentos falsos que indicaban que éramos católicos, pero recién en 2005 pude descubrir por qué había sido necesaria la falsificación. 

Uki Goñi, un investigador que estudió la inmigración de nazis a la Argentina y autor de “La Auténtica Odessa”, publicó una carta abierta exigiendo que la llamada Circular 11 fuera reconocida y abolida. Gracias a su trabajo el gobierno argentino finalmente reconoció, luego de décadas de negarlo, que la Circular 11 emitida el julio de 1938 prohibía a embajadores y cónsules proveer de visas a los “indeseables”, es decir, a los judíos y a los republicanos españoles.

Y Argentina no fue el único país en hacerlo. Casi todos los países latinoamericanos lo habían hecho y los Estados Unidos habían limitado mucho la inmigración judía entonces.

Cuando la Circular 11 fue finalmente reconocida y abolida, 67 años después de su emisión, solicité al gobierno argentino la rectificación de mi registro migratorio para que diga judía en lugar de católica. Lo conseguí y mi caso fue un leading case para todos los que debieron mentir acerca de su identidad para ser admitidos después de la guerra.

La Dictadura

Recuerdo el orgullo de mi mamá cuando fuimos al acto del Movimiento Judío por los Derehcos Humanos. Expresar nuestra oposición a la dictadura, abiertamente, en la calle, como judíos, era más de lo que podíamos imaginar. 

Con lágrimas en los ojos y la boca abierta, mamá me tomaba del brazo compartiendo el reclamo por los derechos humanos. 

Hasta ese momento habíamos vivido en una especie de burbuja evitando cualquier actividad que pudiera provocar un ataque antisemita o poner nuestras vidas en peligro.

Un ejemplo fue que en castellano nos llamábamos israelitas, no judíos, como si la palabra judío fuera ofensiva. De hecho, fue durante ese acto que por primera vez vi la palabra JUDIO escrita en un enorme cartel, públicamente.

Sin embargo, no teníamos todavía un cuadro completo de lo que estaba pasando. No todos tenían conciencia de las torturas, las detenciones y los desaparecidos, los asesinados cuyos cuerpos nunca fueron recuperados. 

El silencio que ya existía se volvió doloroso dolía a medida que la gente comenzaba a darse cuenta de lo que de verdad pasaba.

Recuerdo tenerle miedo a los militares y policías, pero por alguna razón desconocida no hice la conexión directa entre el autoritarismo de la dictadura militar con el nazismo a pesar de lo que habían vivido mis padres en Polonia. Sé de otras familias que habían enviado a sus hijos al exterior porque vieron el paralelo con la Shoá.

Como resultado de haber ingresado al país mediante un engaño y con el recuerdo del antisemitismo polaco todavía fresco en nuestra memoria, durante mis años infantiles mantuvimos nuestra condición judía de manera privada, casi como si no existiera. 

No éramos religiosos ni pertenecíamos a organización judía alguna. Nuestra identidad era mantenida solo en canciones y algunas tradiciones.

Pero todo iba a cambiar con la bomba de la AMIA.


1994 La bomba de la AMIA

El 18 de julio de 1994, aquel día inolvidable, mamá me llamó por teléfono. Estaba llorando y me pedía perdón por haberme traído a la Argentina. “No sabía” sollozaba “creí que estaríamos seguros aquí” su llanto se hacía más fuerte, le pregunté “”¿qué pasó mamá?” y su respuesta cambió mi vida: “Bombardearon la AMIA, ¡nos quieren matar otra vez!”. 

La mutual judía era un centro muy importante de la comunidad judía argentina. Había estado allí muchas veces en conferencias, conciertos y otras actividades. Era un sitio icónico y en muchos sentidos un refugio. 

¿Pero bombardeada? ¿En el centro de Buenos Aires? ¿Y por qué me dijo nos quieren matar otra vez? ¿A nosotros? ¿A mí? ¿Y por qué “otra vez”?

La bomba de la AMIA me volvió judía otra vez. No había elegido serlo antes, simplemente había nacido así. Pero entonces abracé voluntariamente la decisión. No podía huir del hecho que en el “nosotros” de mi mamá estaba incluida yo.

Y el “otra vez” era la Shoá. Aquel “otra vez” me indicó que era hija de sobrevivientes del Holocausto y que eso era también parte de mi identidad.

Esas palabras “nosotros” y “otra vez” fueron las encrucijadas de mi vida. Así, a los cincuenta años, decidí tomar un nuevo camino.

Comencé a buscar a otros hijos de sobrevivientes y los encontré. 

Fui a Marcha por la Vida en Polonia donde reencontré el polaco, mi primer idioma, junto con tradiciones y comidas que me eran familiares. 

Si el Holocausto no hubiera sucedido Polonia habría sido mi hogar. Habría sido como cualquier mujer polaca que veía caminando por la calle y jamás habría llegado a Buenos Aires. 

Fue un sentimiento abrumador.

Recorrer los sitios del Holocausto me conectó fuertemente con lo que estaba empezando a aprender.

Fui a la Fundación Memoria del Holocausto y me sumé más tarde al equipo que registró testimonios para la Fundación creada por Steven Spielberg.

Estos testigos eran los “Niños de la Shoá”, y algunos eran muy poco mayores que yo. 

Mis padres habían perdido a su primer hijo, Zenus, un hermano que nunca conocí. Fue entregado a una familia cristiana para que lo salvara mientras mis padres estaban escondidos pero no pudieron recuperarlo. No sabemos si sobrevivió o no. 

Podía ver a mi hermano perdido en cada uno de los “niños de la shoá” que habían testimoniado.



Escenarios y horizontes.

Durante los primeros años después de la guerra, la forma en que el Holocausto era mencionado no era como lo que había vivido en mi casa. Los héroes del gueto de Varsovia glorificados. Los horrores enfatizados todo el tiempo. La idea de que los sobrevivientes no podían recuperarse de los traumas vividos. 

Nada de esto coincidía con mis experiencias en la infancia ni con muchos sobrevivientes conocidos. 

Empezó mi búsqueda en libros que ofrecían nuevas perspectivas y me permitían reconstruir una narrativa diferente sobre la experiencia de los sobrevivientes, una que coincidiera con la mía, que luego intenté difundir lo más ampliamente que pude.

Unos años después, junto con otros sobrevivientes y sus hijos, fundamos Generaciones de la Shoá en Argentina y comenzamos con varios proyectos educativos.

Uno de esos proyectos fue los Cuadernos de la Shoá en donde planteamos, en cada número, temas marginalizados como los rescatadores, la experiencia de las mujeres y los niños, las búsquedas de salvación, la instalación y destrucción de los guetos, los campos de concentración, la progresión de los ataques, las diferentes maneras de supervivencia, los otros genocidios del siglo XX, los programas de exterminio, la deshumanización.

También creamos el Proyecto Aprendiz, un desesperado intento de mantener vivos los testimonios orales de los sobrevivientes para asegurar que una vez que no pudieran ya hablar habría alguien que podría continuar hablando en su lugar.

Y finalmente, en 2018, nos sumamos al Museo del Holocausto de Buenos Aires que creó una exhibición interactiva maravillosa. Desde allí continuamos nuestro trabajo con nuestros proyectos y la intención de crear nuevos.

Outline

  1. Introduction to key themes and tension [Refuge for Nazis like Eichmann; yet home to Holocaust survivors] - from the description of event for whoever is introducing us!

  2. Immigration and National Belonging [Natasha]

  3. This is context for what Natasha calls a “tenuous belonging” in her book

  4. Pre-Holocaust: History of Jewish belonging in Argentina (a “nation of immigrants” that also became home to the Semana Trágica (an urban “pogrom”) → revealing the tensions for Jews who were able to have religious institutions, create vibrant Yiddish press, theatre, etc., yet still grapple with antisemitism and questioning their belonging, often through violent means

  5. Argentina during WWII/first postwar years [Diana leads; then Natasha]

  6. Her experience and her families in immigrating to Argentina (and many others); Diana can speak to silence as well as the laws that put quotas on Jews immigrating to Argentina, forcing them to enter Argentina with falsified/forged documents

  7. Natasha can speak to how this manifested in the experience of her other interview subjects as well

    Diana: Argentina During and Shortly After WWII

For those who survived and found themselves still alive, the end of the war wasn’t a time for celebration or joy.

Europe was covered with the blood of their missing families, and they also faced the menace of a Cold War. They knew that they had to find another place to live. 

Yet, the sad result of the 1938 Wannsee conference—that no country would accept Jewish German or Austrian refugees—repeated itself at the end of the war. Survivors did not know where they could go. 

My parents, who had survived the war in Poland, and who had lost their first child, carried an infant around -me- as they, with many others, looked for a place that would welcome us.  The embassies and consulates had long lines with virtually no good news, and it didn’t take them long to realize that their Jewishness was the problem. 

So, they decided to say they were Catholics instead, as they were already well-versed in doing whatever it took to survive. That was how, with the help of a bribe, we obtained a visa to Paraguay. 

Paraguay? What an exotic word! Where was it? How would we get there? It turned out that we would need to cross the Atlantic Ocean to the port of Buenos Aires in Argentina, and, from there, to continue overland. 

Buenos Aires was promising because we knew that a large Jewish community had already been living there in peace since before the war; and so that became our destination. 

We arrived on a ship on the 4th of July, 1947 holding false documents that stated we were Catholics, but it wouldn’t be until 2005 that I would eventually discover why those falsifications had been necessary. 

Uki Goñi, a researcher studying the immigration of Nazis to Argentina and author of the book The Real Odessa, published an open letter demanding that what was called Directive 11 should be recognized and abolished. Thanks to his work, the Argentine government finally recognized, after decades of denial, that the secret Directive 11, enacted in July of 1938, prohibited ambassadors and consuls from providing visas to “undesirables''—i.e. Jews and Spanish Republicans. 

And Argentina was far from the only country that did this. Almost all Latin American countries had done it and the United States had extremely limited Jewish immigration then. 

When Directive 11 was finally recognized and abolished, 67 years after its enactment, I asked the Argentine government to rectify my immigration records to state Jewish rather than Catholic. I succeeded, pioneering the case for many other Jews in Argentina  who had to lie about their identity in order to be admitted in the years after the war. 

  1. Dictatorship years [Natasha leads; then Diana]

  2. speak of the experience of Jews during the 1976-1983 dictatorship and the antisemitism during those years

  3. Also the role of Jews in the human rights movement [including Rabbi Marshall Meyer]

  4. but then, some of the silences and tensions in the community [Diana can speak from the first person about this]

Diana: The Dictatorship

I remember my mother’s pride when we went to the first march for the Jewish Movement for Human Rights. Expressing our opposition to the dictatorship openly, on the street, as Jews, was more than we could have ever imagined. 

With tears in our eyes and mouths agape, my mother held my arm while looking upon the crowds willing to fight for human rights.  

Until that moment, we had lived in a sort of bubble, avoiding any kind of activity that could provoke an antisemitic attack [or put our lives in danger].  

One example was that in Spanish, we would call ourselves - “israelitas” (Israelites) instead of “judíos” (Jews), as if the term “Jewish” was offensive. In fact, it was during that march that I saw the word JEWISH, written on a big sign, publicly for the first time. 

However, we still didn’t have a good picture of what was going on. Not everyone was aware of the torture, inprisonments, and the “desaparecidos”, the murdered people whose bodies were never recovered.  

The silence that existed continued and became painful to realize as people began to learn what was truly going on. 

I remember being afraid of the military and the police, but for some unknown reason I did not make a direct connection between the authoritarianism of the military dictatorship and Nazism, despite what my parents had lived through in Poland. I know of other families who sent their children abroad because they did see parallels to the Shoah. 

As a result of having entered the country under false pretenses, and with the memory of Polish antisemitism still fresh in our minds, for much of my early years, we kept our Jewish identity private, almost as if it didn't exist. 

We were not religious and did not belong to any Jewish organizations. Our heritage manifested only in songs and a few traditions.    

But everything would change with the AMIA bombing. 

  1. 1994 AMIA Bombing [Diana leads, then, Natasha]

  2. Diana can speak of her experience of the attack, and how it resonated for in relation to her mother as a survivor; what it galvanized for her in terms of her own engagement with Holocaust memory with March of the Living, going back to Poland, and starting her work with the group Niños de la Shoá (Child Survivors of the Shoah) and later Generatiosn of the Shoah and the Holocaust Museum of Buenos Aires

  3. Natasha can provide additional context from her perspective as an ethnographer on the power of testimony and survivors/family members of victims’ voices in the efforts for justice and human rights, also reflecting on working with social movements like Memoria Activa and Diana’s groups and how this fits into context of other human rights/social justice movements; and her concept of “acts of repair” (from her book)

Diana. 1994 AMIA Bombing

On July 18th, 1994, that unforgettable day, my mother called me. She was crying as she asked my forgiveness for having brought me to Argentina. “I didn’t know”, she sobbed, “I thought that we would be safe here”. 

As her crying intensified, I asked “What happened, Mom?”. Her response changed my life, “The AMIA was bombed. They want to kill us again.” 

AMIA, the Argentine Jewish Mutual Aid Society, was the most important Jewish cultural center in Argentina. I had been there numerous times for conferences, concerts, and other activities.  It was an iconic place and a refuge in many ways.

But bombed? In downtown Buenos Aires? Why was she saying they want to kill us again? “Us”? Me? And why “again”?

The AMIA bombing made me a Jew once more. I was born Jewish, and did not make an active choice to be Jewish. But this time around it was a conscious and voluntary decision. I couldn’t run away from the fact that my mother’s “us” included me.  

And the “again” was the Shoah. That “again” taught me that I was a child of Holocaust survivors and that that was also a part of my identity. 

Those words,“us” and “again”, were turning points in my life.  And so, at fifty years old, I decided to forge a new path.  

I began searching for other children of Holocaust survivors, and found them. 
I went to the March of the Living in Poland, and there reencountered Polish—my first tongue—along with familiar traditions and foods.  

If the Holocaust had never happened, this would have been my home. I would have been just another Polish woman like all the others I saw walking on the street and would have never traveled to Buenos Aires. 

It was an overwhelming feeling.  

Traveling to Holocaust sites afforded me a strong connection to what I was beginning to learn about. 

I went to the Fundación Memoria del Holocausto, the Holocaust Museum of Buenos Aires, and joined the team collecting testimonies for Spielberg’s USC Shoah Foundation – The Institute for Visual History and Education (formerly known as Survivors of the Shoah Visual History Foundation). 

These witnesses were the “Shoah’s children”, and yet only a few years older than me. 

My parents had lost their first son, Zenus, the brother I never met. He was given to a Christian family to look after him while my parents were in hiding, and they were never able to get him back. We don’t know if he survived or not. 

However, I could see my lost brother in each one of those “children” who had given testimony.

  • Landscapes and Horizons [Diana and Natasha]

  • Diana can speak about the current landscape of Holocaust education and awareness from the museum’s perspective; their new work with Holocaust memory with the program “Proyecto Aprendiz” (Apprentice Project)

  • Natasha can speak about the landscape of justice - including new trials for dictatorship-era crimes along with ongoing impunity in AMIA case; also additional dilemmas related to reframing of dictatorship as a genocide and the nuances of the legacies of the concept of “Nunca Más” (never again) in relation to the dictatorship and Holocaust

Diana. Landscapes and Horizons

During the first years after the war, the way in which the Holocaust was typically discussed was not as I heard it at home. The “heroes of the Warsaw ghetto” would be glorified. The horrors would be highlighted over and over again. The assumption was that the survivors had been left with hopeless trauma.

None of this matched, however, with what I had experienced in my childhood nor with the many survivors I knew.  

So I sought out books from authors who offered new perspectives and began to reconstruct a different narrative of the survivors’ experience; a narrative that matched my own, which I then tried to spread as far and as wide as I could.

A few years later, together with several survivors and their children, we founded Generations of the Shoah in Argentina and started a handful of educational projects.

In one of those projects, Cuadernos de la Shoá, the Shoah Notebooks, we discuss in a number of volumes such marginalized topics as: the rescuers, women’s experiences, children’s experiences, their endeavor to find a safe haven, their forced removal to ghettos and concentration camps, progressions of antisemitic attacks, different ways in which they survived, other genocides of the 20th century, and other engineered programs of dehumanization.

We also created the Apprentice Project in a desperate attempt to keep the oral history of survivors alive; wanting to ensure that once they were no longer able to speak, there would be someone else who could continue to speak on their behalf. 

And finally, in 2018, we joined the Holocaust Museum of Buenos Aires, which created wonderful interactive exhibits and from where we continue to work on our projects and aiming to create new ones.

Prologo libro "Monumento" (Gustavo Nielsen, comp)

El Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto, de los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, se encuentra emplazado en la Plaza de la Shoá, en la intersección de las avenidas del Libertador e Intendente Bullrich, en l…

El Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto, de los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, se encuentra emplazado en la Plaza de la Shoá, en la intersección de las avenidas del Libertador e Intendente Bullrich, en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

vista parcial del Monumento

vista parcial del Monumento

¿Cómo hacer presente la ausencia?

  • ¿Qué tienen que ver estos bloques cuadrados con el Holocausto?

  • No se entiende nada, ¿qué quiere decir todo eso?

  • Es un insulto a los que sobrevivimos y a la memoria de los que fueron asesinados.

  • ¿Por qué no hay objetos judíos, acaso no nos pasó a nosotros?

  • ¿Los cassettes y los auriculares no existían en esa época, para qué están en un monumento que nos representa?

Cosas así dijeron algunos sobrevivientes en una presentación de la obra realizada especialmente para ellos. No todos, claro está, pero varios, y algunos de manera airada, expresaron su frustración y dificultad en comprender el sentido del monumento. No tenía los símbolos o códigos habituales en su imaginario representativo, sin víctimas ni perpetradores, sin escenas sangrientas ni banderas reivindicatorias ni brazos levantados implorando al cielo. No sabían todavía que estaría ubicado entre dos líneas férreas que con el sonido y la vertiginosidad del paso de los trenes, evocarían cada tanto aquellos otros, los que iban llenos y regresaban vacíos. Lo que veían era un muro con bloques de piedra con huecos de objetos cotidianos que no les hablaban de la “cosa en sí”. Era un idioma extraño que les era ajeno.

La Shoá y todos los hechos genocidas, como tragedia, son representados tradicionalmente agigantando el mal hasta volverlo ominoso, abominable y acentuando lo sufrido por las víctimas. Son representaciones para ser miradas desde lejos, siempre referidas a valores centrales de la sociedad, firmemente aleccionadores. Como en la tragedia aristotélica, suelen contener claros símbolos que hablan sin intermediarios del Bien y del Mal para que el ciudadano comprenda y haga suya la lección. La tragedia, según Aristóteles, debe ser pedagógica y estimulante en la construcción de la moral social, sus protagonistas son dioses, semidioses y héroes continuamente enfrentados con la vida y la muerte, el bien y el mal, la verdad y la mentira.

Los creadores del Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto Judío, Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, tomaron el riesgo de mostrarlo desde otro ángulo, el que Aristóteles llamaba comedia. No se trataba de un espectáculo de humor como se cree hoy sino la representación de lo humano pequeño y concreto, individual, falible y vulnerable; sus protagonistas eran personas comunes cuyas vidas cotidianas anónimas tenían experiencias similares a las de los espectadores que podían así identificarse con los protagonistas y sentirse parte de la representación. Cada objeto aquí mostrado sigue esta línea que habla sobre vidas anónimas pero le suma a ello la alusión a aquellas otras despedazadas y silenciadas. Cada objeto es ese objeto, pero, también y junto con él, infinitos otros que podrían haber estado ahí, que cualquiera de nosotros podría haber entregado para dejar testimonio y decir: acá alguna vez vivió alguien.

Claude Lanzmann cree que es irreverente e improcedente pretender representar lo irrepresentable, esos hechos de tal horror que superan lo concebible, que en el intento de mostrarlo lo bastardean y banalizan. No se han inventado aún sistemas de registro y medición para la Shoá y los otros cataclismos que han seguido sucediendo, no hay sismógrafos que midan y evalúen, seguimos mudos y espeluznados ante lo que los humanos somos capaces de hacerle a otros humanos.

En este monumento, la representación es conceptual, habla más allá de la piedra y enmudece ante lo perdido. La ausencia deliberada de la figura humana se potencia en el vacío dejado por la huella de los objetos huérfanos de humanidad, perdidos, olvidados que interpelan al caminante desprevenido con interrogantes como ¿por qué si es en homenaje a víctimas, no hay ninguna? ¿a quién pertenecían estos objetos? ¿cómo fue? ¿qué pasó? ¿por qué está acá? Y alguno, más atrevido, tal vez llegue a preguntarse ¿cuál objeto podría representarme cuando yo no esté? ¿Con cuál objeto podría dejar constancia de haber estado y de haber sido arrancado de la vida violentamente y sin motivo alguno? Y si hubiera alguien que se animara a recorrer con la mano cada hueco, cada vacío, cada marca, y respirara hondo dejándose impregnar por tanta ausencia, tal vez podría advertir que no se trata solo de la Shoá, que lo representado la excede, porque lo que allí sucedió hirió de muerte a una concepción de lo humano que nos atañe a todos. Y la herida sigue abierta y sangrando. Por eso los objetos son de hoy, porque el peligro sigue activo y todos podríamos ser la próxima víctima.

Son objetos cotidianos, pequeños, insignificantes, con los que interactuamos a diario, parte de nuestra subjetividad y se constituyen en marcas indelebles de una arqueología urbana universal. Esa muda hendidura dejada en la piedra por esos objetos remite a aquellos otros que quedaron tras tantas vidas cercenadas, interrumpidas, acalladas, ésos que, huérfanos de sus dueños, pasaron a ser objetos sin objeto. Son, en palabras de sus autores, “fósiles urbanos … que a diario pasan inadvertidos pero que cuando el sujeto ya no está, cobran la fuerza de una presencia”. Cada objeto en este monumento fue entregado y usado con algún sentido. Este libro recolecta esas historias.

El vacío es el protagonista conceptual de la obra para dar cuenta del agujero, la mutilación que todo hecho genocida deja en el cuerpo de lo humano. Pero, como el fotón que no puede ser medido porque para medirlo hay que iluminarlo y en ese acto se lo modifica, ¿cómo iluminar la oscuridad? ¿cómo hacer presente la ausencia? ¿cómo gritar el silencio? Es un oxímoron y parece haberse salvado en esta representación de la ausencia, una ausencia al cubo, ausente el objeto, ausente su dueño, ausentes las víctimas. Este monumento, gestado poéticamente, probablemente no habría sido comprendido tampoco por mis padres, sobrevivientes de la Shoá, pero seguirá hablando de ellos, de quienes fueron, de cuánto perdieron y de cómo sobrevivieron.

Pienso en mi mamá que tanto sufrió durante la Shoá y que ya hace tanto que se fue. ¿Cómo poner en imagen por ejemplo su ausencia? ¿Cómo contar sobre su sutileza y picardía, su elegancia, su sabiduría? Lo haría con un colgante que ella solía llevar en el cuello, un pececito de oro con escamas movibles con el que me gustaba tanto jugar de chica. El pez es un símbolo de la vida, de la frescura y el agua, curiosamente fue el primer símbolo del cristianismo antes de que se instaurara la cruz, un instrumento de tortura.

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Cuando mamá se fue, con mi hermano nos repartimos sus pertenencias; todo fue fácil y fluido hasta que le llegó el turno al pececito. Lo queríamos los dos. Decidimos someterlo al azar y lo ganó él. Yo conseguí un tiempo después un pececito parecido, no de oro y lo guardo sabiendo que no es, pero como cuenta Gustavo con el gato chino, me miento como si lo fuera y a veces juego con él en un diálogo silencioso y privado con mamá. Si yo hubiera ofrecido algún objeto para la construcción de este monumento, habría sido ese pececito de escasos 4 centímetros pero que, para mí, es enorme. Y estaría su huella en medio del concreto, fijo en la piedra para toda la eternidad y tal vez alguien, alguna vez, lo miraría y se preguntaría ¿para qué habrán puesto un pececito en un monumento al Holocausto? y tal vez esa misma persona construiría su propia historia acerca de qué estaría representando semejante objeto tan alejado de lo que supuestamente se quiere expresar.

Por todos los que fueron asesinados solo por haber nacido judíos cuyas voces forman un coro atronador y fantasmático casi imposible de oír.

Por los que sobrevivieron luego de esa cruel ordalía y de haber perdido familias, infancias, la pelota de fútbol, la muñeca, la bicicleta, el abrigo favorito, los zapatos para la nieve, los libros, casas, idiomas, países y se reconstruyeron en otra lengua mientras aprendían a comer asado y a tomar mate.

Por todos los que lo pueden ver y por los que lo seguirán viendo cuando pasen caminando tal vez distraídos y quizás se pregunten por cada uno de esos objetos cuál es la historia que acecha detrás, cuáles las ilusiones, las penas, los sueños y las alegrías de esas personas anónimas para las que cada uno de ellos fue un ancla en lo humano que nos es común a todos.

Nota: el libro reúne textos sobre los objetos donados para la realización del Monumento a las víctimas de la Shoá. Aún está iné

¿Por qué recordar la Shoá en la Argentina? [1]

Nota: ponencia presentada en el seminario "La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: enseñanzas para los juristas" organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia y el Mémorial de la Shoah de Paris. Es la transcripción de mi presentación oral según como fuera publicada en el libro. No recuerdo por qué la mención a Daniel Goldman, tal vez él debía venir y no pudo y fui convocada en su lugar, pero no lo recuerdo (hablando de recordar....). Muchas gracias a los organizadores por haber confiado en mí, especialmente a Andrea Gualde y a Roxi Perel. En tan poco tiempo, que fui notificada de esta participación, haré lo posible por compartir con ustedes algunas reflexiones. Tengo algunas cosas parecidas con el rabino Dany Goldman y otras muy diferentes. El rabino Dany Goldman es quien tendría que estar acá en este momento. Soy judía como él. Y soy hija de sobrevivientes igual que él. Pero no soy rabina y no tengo su ilustración y su hondura filosófica, así que no van a contar con esto de mi parte.

Desde mi lugar de hija de sobrevivientes, como presidenta de una organización que se ocupa de transmitir y educar sobre el tema de la Shoá, y también un poquito desde mi lugar de psicóloga, que es inevitable (soy todo eso), hay toda una serie de cosas que querría compartir con ustedes.

Obviamente, la memoria es indispensable. Recordar y saber qué pasó forma parte del conocimiento que todas las sociedades tenemos que tener. Pero, ya a esta altura del partido, aquel lugar común de recordar para no repetir, sabemos que es una vana ilusión. Se recuerda y se recuerda, y se repite y se repite, y se mejora incluso. Así que recordar solo no es suficiente. Hay algo más que debemos hacer. 

La pregunta es por qué recordar la Shoá en la Argentina. Esto es lo que dice en el programa. Como buena judía, lo primero que contestaría es por qué no. Por qué la Argentina tiene que ser diferente de otros países. En este momento la Shoá está siendo un tema tomado por casi todos los países porque porta una serie de lecciones e informaciones que cambiaron definitivamente la mirada que tenemos los seres humanos sobre las sociedades. Hay un antes y un después de la Shoá con respecto a la concepción de lo humano. Pero déjenme decirles, antes, que me quedé pensando qué interesante que un lugar como la Argentina, en el sur del Cono Sur, tan lejos de los escenarios europeos en donde sucedió la Shoá, estamos teniendo un simposio sobre la Shoá y estamos hablando de la Shoá. Y creo que es absolutamente pertinente hablarlo acá y en todas partes.

Qué hubiera pasado si el Ejército Rojo no hubiera detenido el avance del ejército alemán en Stalingrado. Qué hubiera pasado si el general Patton no hubiera triunfado en el norte de África y hubiera entrado en el sur de Italia. Qué hubiera pasado si los Aliados no hubieran ingresado en Normandía. Qué hubiera pasado con el mundo si el nazismo hubiera triunfado, a casi ochenta años de su instauración en 1933. Probablemente, muchos de nosotros no estaríamos vivos, no estaríamos acá. No sé cuántos judíos hay en la sala pero no hubiera quedado ni un judío en el mundo. El nazismo tenía un plan que era universal, que no tenía fronteras geográficas. El plan de la creación de la raza superior no tenía fronteras. Era un plan planetario, iban allí como demiurgos, como semidioses, querían construir lo que ellos llamaban “la raza superior”. No habría discapacitados físicos, no habría discapacitados mentales, no existirían homosexuales. Y bueno, irían por más. No existirían negros, ni amarillos, ni rojos, ni marrones, ni gente con los ojitos así. Vaya uno a saber en qué mundo viviríamos si el nazismo hubiera triunfado. Entonces, por esto es pertinente hablar de la Shoá acá y en cualquier lugar del mundo. Porque simplemente se detuvo porque perdieron la guerra. Entonces, no tenemos que perder de vista que la Shoá estuvo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a que la perdieron, el mundo pudo seguir, bien o mal, como ha seguido. Pero, seguramente, mejor que si hubiera estado bajo el nazismo.

Pero también, hablar de recordar la Shoá en la Argentina y también en otros países tiene sentido por las varias lecciones que comporta. Nos ha enseñado, y todavía no sé cuánto hemos aprendido, del alcance de los sistemas políticos totalitarios y de la enorme vulnerabilidad de las sociedades humanas frente a eso. Nos enseña sobre el fracaso de los dispositivos educativos que tenemos, sobre la fragilidad de los individuos y las sociedades para contrarrestar los poderosos efectos de este sistema, para no someterse al aparato de la propaganda y al hondo lavado de cerebro que éste determina. A la dificultad de la lucha,, tanto individual como grupal, a la presión grupal y social –y acá habla la psicóloga– por esta necesidad que tenemos los seres humanos de ser aceptados, de pertenecer a un grupo. Esto se ha probado por infinitos estudios, que determinan la aceptación y el sometimiento a ciertas normas del grupo aun cuando algunos individuos no estén de acuerdo.

Nos enseña sobre el entumecimiento del juicio crítico, que es una consecuencia de todo lo anterior. Sobre la comodidad, sobre la burocracia. Sobre los aparatos que nos dicen que nosotros confiemos en alguien que nos dice que sabe lo que hace y que nosotros simplemente hagamos lo que tenemos que hacer. No miremos el cuadro grande. Sobre todo esto nos enseña la Shoá permanentemente. Y la Shoá debe ser un ejemplo, y debe ser mostrado como un ejemplo de a lo que se puede llegar si se siguen las últimas consecuencias de lo que esto propone.

Tenemos varios ejemplos en la Argentina. Voy a hablar solamente de uno. Podría tomar cualquier otro, pero voy a hablar de lo que pasó en la Guerra de Malvinas. Tal vez los compañeros franceses de la mesa, que no estuvieron acá, no sepan cómo fue el clima cuando comenzó la Guerra de Malvinas. El país estaba presidido por un gobierno de facto, por un presidente cuya mayor virtud era su resistencia al whisky, la cantidad de bebida alcohólica que tomaba, y se hacían muchas bromas respecto de eso. Tenía una oposición popular muy grande porque había medidas que habían sido muy impopulares. Entonces, un día se llena la Plaza de Mayo, ésta que tenemos acá a una cuadra, con una manifestación absolutamente en contra del gobierno. El gobierno declara la Guerra de Malvinas y, dos días después, la misma plaza se llena de gente vitoreando al presidente. Hay algunas cabezas que hacen así porque nos acordamos de lo que fue. Es decir, un día en contra y dos días después “el pueblo” llenando la plaza a favor de esta decisión.

Yo recuerdo los titulares de los diarios, yo recuerdo el “estamos ganando”. “Estamos ganando”, pero miren qué pretensión delirante. Al ejército británico ayudado por el ejército americano. Nosotros, la Argentinita, ese paisito chiquitito, nosotros estamos ganándoles a ellos. Se acuerdan de nuestras bravatas, de nuestra arrogancia de argentinos, diciendo “que se venga el principito”, como que nosotros lo vamos a atacar, con tango, con mate o con asado, porque no sé con qué lo íbamos a atacar. Recuerdo cuando íbamos a dar clase a las escuelas, a los chicos de diecisiete, dieciocho años. Los chicos que nacieron después de la Guerra de Malvinas no entienden esto que estamos contando. Pero cómo, ¿eran idiotas que declararon una guerra a estas potencias mundiales? Entonces les contamos. Chicos como ustedes, yo los vi en la televisión haciendo colas en el Ministerio de Guerra para ofrecerse como voluntarios. Para ir a morir a esas islas con piedras desérticas por una supuesta reivindicación histórica del robo de los piratas ingleses. Me acuerdo de la gente haciendo colas entregando medallitas y cadenitas de oro. Nos acordamos de todo esto. Bueno, esto es lo que hace un gobierno totalitario –es un ejemplo muy chiquitito– que nos toca absolutamente a todos.

Este tipo de cosas han pasado más de una vez en la Argentina, en Chile, en Uruguay, en distintos países. No voy a abundar en esto porque todos conocemos estos mecanismos afilados, desarrollados hasta grados preciosos por el Ministerio de Propaganda de Goebbels; siguen siendo usados y aplicados por la propaganda política, por la publicidad comercial. Los mismos principios desarrollados por el Ministerio de Propaganda. Y esto tenemos que ir a enseñarlo a las escuelas. Tenemos que ir a enseñar cuáles son los principios, para mostrar qué vulnerables son a la manipulación y a la formación de la supuesta opinión pública que apoya a estos gobiernos totalitarios en decisiones impopulares a través de una cuestión que inventa como la Guerra de Malvinas.

Podría decir infinidad de cosas por las cuales es importante hablar de la Shoá, pero quiero mencionar una sola más hasta pasar a otro tema que quiero tratar con ustedes. El conocimiento, el reconocimiento y el aprendizaje sobre aquellos poquitos, muy poquitos, que se atrevieron a pensar por sí mismos, que no se sometieron al lavado de cerebro y que hicieron lo que en aquel momento no había que hacer, a los que se opusieron, a los que en la Shoá salvaron judíos aun a riesgo de su propia vida, a esos que han tenido conductas casi siempre inconscientes, que si las hubieran pensado no las hubieran hecho. Pero aprender de ellos, cuáles son los resortes que se movieron, porque es ahí donde encontraremos alguna respuesta que todavía necesitamos aprender.

La otra cosa que quería decirles es algo que me llama mucho la atención, y en este foro de juristas y de pensadores sobre el tema de la Shoá quiero proponerlo como una cosa que me inquieta, que es el uso de ciertas palabras, retomando algo que comentó el juez Rozanski, que es el uso apropiado de las palabras. He escuchado acá y en otros sitios y documentos que se usan las palabras “raza”, “racismo” y “antisemitismo”. Entonces, quiero dedicarme brevemente a hablar de esas tres palabras y tratar de convencerlos a ustedes de por qué son impropias y por qué no deben ser usadas.

El concepto de antisemitismo es un concepto acuñado por Wilhelm Marr, un escritor y periodista alemán al que se le ocurrió este concepto a mediados del siglo XIX. Escribió un panfleto que rápidamente tuvo difusión, vendió en la sociedad, y entonces el concepto de antisemitismo fue instalado y empezó a tener una validez cuasi científica. Wilhelm Marr hizo un salto sofista muy interesante. Miren lo que hizo. Porque lo semita existe; existe lo semita, pero no en la biología. Wilhelm Marr plantea el antisemitismo como un concepto que tiene que ver con la biología. Hay gente que nace semita y hay gente que nace no semita: aria, negra, oriental, o lo que fuera. Lo semita es genético, es ontológico, es lo que uno es. Es semita. Si uno es semita eso no se puede cambiar, no se puede convertir, no se puede convencer. Si uno es de tal altura. Uno es lo que es y no puede cambiarlo. Resulta que lo semita es un concepto de la lingüística, lo semita son las lenguas. Hay lenguas de raíces semitas, lenguas de raíces arias y otras raíces. Hay lenguas semíticas, como el hebreo, como el árabe, y lenguas arias. Y entonces, lo que hizo este hombre fue un salto mágico: si esto se aplica a la lingüística, trasladémoslo, transpolémoslo a la biología. Esto es un gravísimo error. No existe algo así como el antisemitismo.

Lo que sí existe, la palabra que más se le ajusta, es judeofobia. Es el odio o la sospecha frente a lo judío. Esto tiene una historia, primero una historia religiosa por la judeofobia de la Iglesia Católica. Luego, la judeofobia europea por algunas características supuestamente atribuidas a los judíos, que arman el estereotipo judío del judeófobo. Pero lo que agrega Wilhelm Marr es la pretensión científica. A partir de ese momento los judeófobos europeos y los del mundo entero se quedaron tranquilos. Porque no era que ellos tenían algún prejuicio que mejor no contar y este sentimiento que no era bien visto. No; es que estaba fundado en la biología. Los judíos éramos gente diferente. De ahí a excluirnos y luego a exterminarnos son algunos pasos lógicos en la sucesión de los acontecimientos.

Y en qué se basa Wilhelm Marr en este concepto de antisemitismo. Se basa en el concepto de raza. La raza era una idea que existía con bastante anterioridad al siglo XIX. Se supone que es una idea que comenzó a conocerse en el siglo XVI, en el siglo de los colonialismos. Cuando los europeos con sus barcos salieron a conquistar África y América, a colonizar y expoliar a los dos territorios en colonias. Se encontraron con el otro, con el Otro, con un negro, con otra forma de narices, con otra forma de pelo, con otra cultura, con otra sintaxis idiomática y otras costumbres. Entonces, este Otro inmediatamente fue subsumido por la categoría de subhumano. Y aparece el concepto de raza. “Raza”, ligado a la categoría de inferior. Raza no como diferente sino como inferior, aplicada a los pueblos de África, aplicada a los pueblos primigenios de América. Y esto ¿qué permitió? Permitió el comercio esclavista, cosificó a la gente; entonces no había ninguna culpa porque no eran seres humanos iguales que los europeos, a éstos se los podía comprar, vender, manipular, esclavizar y dejar morir. No había ningún problema para ello.

Sobre este concepto del siglo XVI se monta un político francés, Joseph Gobineau, que también en la segunda mitad del siglo XIX escribe un libro que se llama Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, en donde pone sobre la mesa aquello que Wilhelm Marr había esbozado con el antisemitismo. Entonces, él habla de una desigualdad cualitativa, donde hay mejores y peores. Esta idea de Joseph Gobineau luego fue utilizada en Los protocolos de los sabios de Sión, que se basa en un escrito francés que después fue retomado por la policía zarista, en El judío internacional, de Henry Ford, y finalmente fue retomado por Rosenberg y el nazismo y su ruta, y el camino que nosotros conocemos.

Y hay una coincidencia. Tanto el antisemitismo como el concepto de racismo fueron acuñados en la segunda mitad del siglo XIX, en años muy próximos. Y uno se pregunta a qué se debe esto, ¿es casualidad? Resulta que tiene que ver con la emancipación de los judíos en Europa Occidental. La mayor parte de los países de Europa, entre ellos Alemania y Francia, había emancipado a los judíos, y en este momento de la historia, a partir de 1870, tenían los mismos derechos ciudadanos que el resto de la población. Entonces se necesitaba diferenciarlos. Por eso estos conceptos aparecieron.

Estos conceptos que estoy desarrollando en este momento son los conceptos con los que nosotros vamos a las escuelas y trabajamos, porque tienen que ver con el fundamento biológico de la discriminación. Entonces, lo que proponemos es dejar de llamar razas y racismo, no tengo otra palabra, la única palabra que puedo decir es “lo que se conoce como racismo”, porque no hay otra palabra para llamarlo, y hacer una propuesta en las Naciones Unidas para que deje de llamarse así, porque se sigue llamando así en los convenios de Naciones Unidas. Y la idea es ir a las escuelas y mostrar cómo estos conceptos están integrados a nuestra cultura y determinan conductas, miradas y prejuicios, no solamente en contra de los judíos.

En la Argentina tenemos otros grupos que en este momento están siendo mirados de manera discriminadora. En un momento, los coreanos. Tenemos inmigrantes de países vecinos, paraguayos, bolivianos. En otro momento fueron los chilenos. Todo este cuerpo de pensamiento y de información puede ser aplicado a la revisión de la forma en la que es mirado otro, cuando es visto como Otro, con mayúscula, cuando es visto como amenazante, cuando es visto como diferente de mí y tal vez inferior.

Una de las cosas que estamos haciendo en este momento, y con esto termino, desde Generaciones de la Shoá, y que quiero compartir con ustedes, es lo que llamamos el proyecto Aprendiz. El proyecto Aprendiz es una forma diferente de trabajar con la memoria. Y lo queremos proponer a esta audiencia porque creemos que es novedoso y creativo, y que compromete a la gente de una manera muy particular. El proyecto Aprendiz consiste en el emparejamiento de un joven con un sobreviviente en una relación personal, en donde el joven –con “joven” queremos decir gente de entre veinte y treinta años, no menos de veinte– aprende del sobreviviente, que será su maestro, no solamente su historia durante la Shoá, sino quién es, cómo ha vivido, sus pequeñas anécdotas, que le permitan a este joven –dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años más– pararse frente a un auditorio y contar la historia de la Shoá, de viva voz, como un relato personal. Lo que nosotros hemos observado, y en esto se basa el proyecto Aprendiz, es que es muy importante la información escrita, los libros, las películas, pero no hay nada que impacte y que mueva más a un auditorio que la presencia física del testigo. El testigo porta no sólo la información sino la encarnación de una historia, con una emoción que muchas veces hace a la información transmitida indeleble y persistente en la memoria. Entonces, hay algo que tiene que ver con el trabajo en la memoria que tiene que pasar también por lo emocional. Y en esto se basa el proyecto Aprendiz que estamos llevando a cabo.

 

 

 


[1] Transcripción de la ponencia de Diana Wang, en el Seminario “La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: Enseñanzas para los juristas” organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia de la Nación y el Memorial de la Shoah de Paris. 27-28 de Septiembre 2010. Está publicado en el libro homónimo.