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¿El fin justifica los medios?

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Amazon está proyectando su serie Hunters traducida como La Cacería. Aunque solo vi los dos primeros episodios, está la idea de cómo es la propuesta.

Se trata de una mezcla, no bien armonizada para mi gusto, de un cómic de superhéroes, una sátira y una exposición sobre la crueldad de los perpetradores durante la Shoá.

Está claro desde el comienzo que es una ficción, que no se intenta contar la Shoá y que lo que se muestra no sucedió. Desde ese punto de vista no ha lugar al reclamo de que “esto no fue así” o “es una banalización”. Su creador y guionista, David Weil, rinde tributo a su abuela Sara -Ruth en la serie-, sobreviviente de la Shoá y que nunca tuvo la satisfacción de ver castigados a sus torturadores. El guión es la compensación personal de su autor y una declaración de amor a su abuela. 

El Brooklyn de los 70, las locaciones en otros lugares, están pintadas en colores vivos y con la estética del cómic de esos años. El superhéroe es un joven de 20 años que presencia impotente el asesinato de su abuela y quiere averiguar quién lo hizo y por qué. Se topa entonces con la organización de los cazadores liderada por un millonario también sobreviviente encarnado por el siempre genial Al Pacino. La pantalla se ilumina en cada escena en la que él aparece. Los demás, el grupo de marginados, cada uno con una habilidad específica, se desempeñan correctamente, nada más. 

No importa si lo que se muestra es creíble. No importa si algo así sucedió o pudo haber sucedido. No importa si de verdad se denuncia la existencia de nazis integrados a la sociedad norteamericana. De lo que se trata es sobre la venganza. Tema sobre el que siempre nos preguntan cuando exponemos lo sucedido durante la Shoá. Dice Meyer (el líder del grupo): la mejor venganza es vivir bien. Pero ésa es su cara visible. Tiene otra que se revela muy poco después cuando lo reformula diciendo: la mejor venganza, es la venganza.

Curiosamente fueron contadas las venganzas encaradas por los sobrevivientes. Algunos linchamientos de colaboradores en la inmediata posguerra y el poco conocido plan Nakam (venganza en hebreo). La idea era envenenar el sistema de agua de varias ciudades alemanas que finalmente no pudo ser realizado porque fue descubierto. Entre sus organizadores había divergencias porque el plan asesinaría inocentes. Le siguió el plan B dirigido exclusivamente a los perpetradores. Esta vez, infiltrados en la panadería de un campo de prisioneros de guerra y miembros de las SS, los vengadores mezclaron arsénico en la masa de 3.000 barras de pan. Parece que murieron unos 2.000 soldados.

Preguntados los sobrevivientes acerca de su deseo de venganza, casi todos dicen que lo han tenido durante la Shoá, muchos soñaban con la forma de devolver lo se les había hecho, pero una vez terminada, la urgencia de seguir viviendo, de recomponer una familia, de volver a sentirse humanos fue cambiando aquel propósito. Dicen, como el personaje de la serie, que la mejor venganza es vivir bien, tener hijos y nietos, que de esa manera triunfan sobre el nazismo y su plan asesino.

La serie habla de los nazis invisibilizados en la sociedad norteamericana. Ya Costa Gavras lo había planteado en su película de 1989 Music Box (Mucho más que un crimen se tituló en Argentina). Queda sobre nuestro país la mancha y la sospecha de haber albergado a los criminales nazis, lo que es cierto, pero no ha sido el único país. Al terminar la guerra Estados Unidos y Rusia se disputaron los “mejores” nazis, los científicos, para que nutrieran la carrera armamentista y espacial en la guerra fría. A la Argentina, a Brasil, a Bolivia, a Chile y a varios otros países, llegaron los sobrantes, los menos “útiles”.

En resumen, la serie es un entretenimiento medianamente logrado que no aspira a reflejar la realidad histórica. Si algo podría dejarnos pensando es acerca de la finalidad y sentido de la venganza, si el fin justifica los medios.

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El adoctrinamiento nazi contado por un niño de 10 años.

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El Holocausto, como experiencia social y humana, sigue siendo irrepresentable. Nada de lo que se haga o muestre será lo que fue. Por otra parte, ¿acaso hay alguna experiencia humana que puede ser representada o replicada fuera de la experiencia en sí? ¿Cómo representar un estornudo y transmitir exactamente lo que es? Ante esta imposibilidad no es de extrañar que los protagonistas, los que han vivido la Shoá, puedan sentirse subvertidos frente a una de sus representaciones. Los films y testimonios audiovisuales que pretenden “ser”, hacen agua. De la única manera en que la experiencia puede ser transmitida sin perder su esencia es cuando es transformada de manera artística de modo que nos toque emocionalmente.

Taika Waititi (né Cohen) creó un guión de un film que dirigió, a partir de una novela de Christine Leunens, Caging Skies (Cielos enjaulados). 

Johan - Jojo- tiene 10 años y está muy excitado porque comenzará su entrenamiento en el campamento de verano de la Juventud Hitlerista. Ensaya frente al espejo su postura y su “heil Hitler” intentando darle el aire apropiado de firmeza y fuerza para que su uniforme caqui y sus atributos sean enaltecidos. Viene en su ayuda un Hitler de pacotilla, un adulto con un uniforme similar y sus bigotes característicos pero que se comporta como si tuviera 10 años, igual que Jojo. Es que es un amigo invisible con quien dialoga y se motiva. ¿Cómo imaginar que este planteo pueda ser un film que conmueva, que informe y que transmita algo de lo que sucedió? y sin embargo lo logra y con creces.

La mirada de Jojo ha permanecido aparentemente incontaminada gracias al esfuerzo de su madre por mantenerlo lejos, -una Scarlet Johanson soberbia-. Esa inocencia  nos permite adentrarnos en el universo del adoctrinamiento nazi que hizo posible que el pueblo alemán, un poco como Jojo, se entregara a la ordalía de sangre y fuego que terminó con su propia destrucción. 

Jack Fuchs se preguntaba cómo había sido posible que las madres alemanas entregaran con felicidad a sus hijos a la guerra, cómo había sido posible que los enviaran a la muerte con alegría y orgullo. La tan poderosa maquinaria propagandística desplegada lavó el cerebro a la mayoría del pueblo alemán, como a Jojo que cree lo que le han enseñado en la escuela. ¿Por qué no creerlo? ¿Acaso los adultos no saben más que los chicos? ¿No es la educación impartida por padres y maestros el camino para crecer y hacerse grandes? 

La credulidad de Jojo no es solo la esperable en la infancia sino también, y ésa es la parte más terrible, la de la masa que confía en sus gobernantes y toma por cierto lo que provenga de ellos porque el contrato social está basado en la confianza en nuestros gobernantes en quienes hemos delegado nuestra representación. 

Taika Waititi (né Cohen) construye a partir de esta confianza y credulidad, un relato en el que el horror del Holocausto nos es ahorrado igual como le fue ahorrado a la gente común. Nos muestra nazis que son una parodia de sí mismos, así como podrían ser vistos por un chico de 10 años que no alcanza a darse cuenta de lo que de verdad está pasando. Cuando descubre a Elsa, la jovencita judía que su madre oculta en el desván al estilo de Ana Frank, se pega un susto mayúsculo. Los judios eran para él la malevolencia en persona y debe revisar, con resistencia al principio, todo lo que hasta ese momento daba por cierto. Elsa no tiene cuernos ni es monstruosa ni se desayuna con la sangre de niñitos cristianos. Jojo decide investigar cómo son los judíos porque parecen no ser como le habían contado que eran.

El film comienza en tono de parodia pero va cambiando de registro aunque no de frescura a medida que la derrota del nazismo derrumba todas las convicciones que Jojo - los alemanes- tenía sobre la pretendida superioridad “aria”, la inevitabilidad del triunfo de Alemania y el Reich de los mil años prometido por Hitler. 

Aunque en tono de parodia, todo lo que muestra de un modo que parece ligero, sucedió. Los campamentos de adoctrinamiento con las pruebas de crueldad a las que se sometía a los chicos que debían matar con sus manos a un pequeño animalito. Los contenidos impartidos en la escuela sobre la condición judía y sobre las características de los judíos. El lugar de las niñas entrenadas como procreadoras seriales de niñitos “arios”. La utilización de los niños como último y desesperado recurso en las últimas horas de la guerra enviados al suicidio en la lucha contra los “terribles” rusos y norteamericanos. La resistencia de los alemanes que se atrevieron a oponerse con sabotajes y proclamas y el castigo que recibían en el ajusticiamiento público tendiente a desmoralizar a sus posibles imitadores. Todo eso sucedió.

La película está bordada con comentarios irónicos. Por ejemplo, caminando por el idílico pueblo en el que viven, ya destruido al final de la guerra, Jojo y su amigo Yorki comentan que están todos en contra, los ingleses, norteamericanos, rusos, franceses, y que solo los japoneses están a favor, “y ni siquiera parecen arios” dice Yorki.

No sabemos mucho de la historia de Jojo, solo que había una hermana que murió y un papá que tal vez esté luchando en alguna resistencia o que tal vez ya murió. Tampoco sabemos de Elsa pero se supone que solo ella quedó de su familia. Al final Jojo y Elsa, huérfanos y solos nos dejan con la pregunta de cómo seguirán, de qué vivirán, dónde. Como ha quedado la Humanidad toda preguntándose cómo fue posible y cómo seguir.

Scarlet Johanson seduce con esa mamá que se opone al nazismo pero lo oculta ante su hijo para no ponerlo en peligro. Taika Waititi (né Cohen) dirige el film y protagoniza al Hitler amigo imaginario con frescura y desenfado. Todos los actores colaboran en dar la imagen de parodia sazonada con el sobreentendido de que “hacemos como que no es pero fue así”. 

No hay ninguna imagen morbosa, nada del horror que podría haberse desplegado y sin embargo es todo claro y obvio y agradecemos que nos lo cuenten confiando en nuestra capacidad de comprensión y conocimiento.

Un último comentario sobre la identidad Taika Waititi (né ) hijo de padre judío y madre neozelandesa que tomó los personajes de la novela de Leunens y los recreó. Parece que la novela tiene un tono trágico centrado en la relación entre Jojo y Elsa, el niño nazi fanático y la jovencita judía escondida y los sigue a lo largo de los años. La película toma a los personajes pero se ubica en los últimos momentos del nazismo, cuando todas las supuestas verdades se derrumban y Jojo y el pueblo alemán deben confrontarse con las mentiras.

Waititi creó un film en el que algunas de las verdades más duras del nazismo se dicen con amabilidad y frescura y, básicamente, con la confianza de que los espectadores entenderán perfectamente de qué se trata.

Publicado en Infobae