judeofobia

Antisemitismo, no es un tema judío.



Estoy cansada de hablar de antisemitismo. Harta. Agotada. 

¿Por qué tengo que explicar yo el antisemitismo?

¿Por qué tengo que encontrar yo la manera de erradicarlo?

¿Por qué? ¿Porque soy judía?

¿Por qué los judíos asumimos la tarea de inventar módulos pedagógicos, gestionar el milagro de la disolución del prejuicio, esclarecer, informar, explicar? ¿Por qué nosotros? Estoy harta de cargar con ese peso. 

Cuando a Jack Fuchs, sobreviviente, le preguntaban por qué la Shoá, decía: “¿Por qué me pregunta a mi? ¡pregúnteselo a los nazis…!”

¿Por qué los judíos debemos explicar el antisemitismo? No lo hemos creado, fuimos -somos- sus víctimas. Podemos dar seminarios enteros acerca de las variadas maneras en que hemos sido atacados a lo largo de los siglos, pero ¿eso nos da autoridad para explicarlo? ¿Acaso se le pide a la mujer golpeada que explique la personalidad del golpeador? ¿Acaso se le pide a quien fue violado que explique la patología de su violador? ¿Acaso se le pide a la víctima de un delito cualquiera que explique la criminalidad del delincuente?

¿Por qué debemos ser los judíos los que elaboremos teorías y creemos mecanismos para erradicar el antisemitismo? ¿Será tal vez porque otros no lo hacen? Estoy harta de hacer el trabajo que deberían hacer los demás. A decir verdad, tampoco todo lo que hicimos, aunque mucho, fue suficiente. El antisemitismo goza de una excelente salud. 

Tal vez no debiéramos ser nosotros los encargados de asumir esa responsabilidad. A pesar de lo que creen los antisemitas, no tenemos el poder de influir en la opinión de nadie ni menos aún de cambiar prejuicios. 

Además, estamos afectados directamente y ¿quién presta atención a los argumentos de la víctima? raya en lo ridículo pretender que la víctima modifique al victimario. El victimario y sus allegados tienen ese poder. Lo generó la cristiandad, lo regó el fascismo y hoy lo reverdecen el islamismo radical y las izquierdas bienpensantes. La Iglesia, desde Nostra Aetate en 1965 ha emprendido una tarea de reversión de la lacra del antisemitismo y algunos, pocos por el momento, han advertido que es una cuestión que atañe al mundo civilizado, que excede por mucho a lo judío. Es que el antisemitismo no es un tema judío. Ya desde Hajj Amin al-Husayni, el muftí de Jerusalén apoyó al nazismo y sse runió con Hitler en 1941, la no aceptación de la partición de la tierra por parte de los árabes y su éxodo, los triunfos bélicos de Israel en cada uno de los ataques que recibió, generaron que el antisemitismo fuera una de las banderas del islamismo radical. La exitosa campaña que condujeron en los medios y las redes contaminó hoy a las buenas conciencias de una izquierda que se dejó seducir por el relato de las víctimas palestinas en manos del supuesto ocupante israelí, “vil, cruel, diabólico” (todo parecido con las acusaciones medievales contra los judíos no es coincidencia). 

Estoy harta de mostrar mis heridas, harta de buscar porqués, harta de luchar contra la ignorancia y el prejuicio. Estoy harta de tener que justificarme y dar razones para tener los mismos derechos que todos los demás. Estoy harta de decir una y otra vez que “tengo ojos, manos, órganos, alma, sentidos y pasiones igual que todos, me alimento con los mismos manjares, recibo las mismas heridas, padezco las mismas enfermedades y me curo con iguales medicinas, tengo calor en verano y frío en invierno, si me hieren sangro, si me hacen cosquillas río, si me envenenan muero” (gracias Shakespeare) .

Harta de explicarle a la derecha que no tengo cuernos, que no soy comunista. Harta de explicarle a la izquierda que no soy poderosa ni explotadora. Harta de mostrarle a las feministas su doble vara cuando eligen a qué mujeres defender. Harta de la UNESCO y la UN y los defensores retóricos de DDHH que cacarean buenas intenciones solo en los papeles. Harta de esa izquierda siniestra y enceguecida en la que, sorprendentemente, hay algunos judíos que se atacan a sí mismos.

Harta con un hartazgo animal, visceral, total. Y digo ¡basta! Basta de defenderme de nada. No hice nada. Si puedo evitarlo no me dejo pegar más y si mis palabras, porque soy judía, están descalificadas, es hora de callar lo dicho tantas veces y tan pocas escuchado. 

La voz judía obviamente no tiene la capacidad de diluir el antisemitismo. Pide a gritos las otras voces. La cristiana, la musulmana, la de los defensores de la justicia social. Pareciera que no advierten el modo en el que el antisemitismo corroe y pervierte a la sociedad toda y cuánto lastima la trama de la convivencia. Igual que el cáncer no es un tema exclusivo del órgano afectado porque todo el cuerpo está enfermo, contaminado y en peligro, el antisemitismo no es un tema judío. Una sociedad que legitima y admite que una pequeña parte de sus miembros no tiene los mismos derechos legitima y admite la idea de que cualquier grupo puede estar igualmente amenazado. No es una sociedad segura ni confiable para nadie. Aceptar que un pueblo sea exterminado solo por haber nacido, o que un país sea destruido porque a los vecinos les afectan las decisiones de su gobierno, sienta el precedente de que eso es algo que se puede hacer. Hoy “no es por mí” pero “cuando vengan por mí, no quedará nadie que proteste” (gracias Niemöller).

El antisemitismo, que atraviesa clases sociales y partidismos políticos, corrompe la moral social básica que sustenta la convivencia posible. Frenar su crecimiento es por interés de todos. ¿Es que no lo ven? No, tristemente creo que no lo ven y, lo que es peor: ¡no ven que no ven! 

¡Hermanos cristianos, hermanos musulmanes, hermanos de derechas y de izquierdas, les pasamos la posta! Ustedes conocen perfectamente los recursos para la propagación y difusión de ideas y relatos, úsenlos hoy para combatir al antisemitismo que corroe las entrañas de la humanidad. Son varias las amenazan que se ciñen sobre nuestro mundo. El antisemitismo es una de ellas. “¡Aux armes citoyennes! ¡formez vos bataillons!”, reivindiquen el derecho a existir de todo ser humano, crea en lo que crea, se vea como se vea, viva como prefiera vivir. La tarea es ciclópea porque deberá incluir todos los frentes: el bélico y el mediático, cada iglesia, cada mezquita y cada escuela, universidades y corporaciones, la mesa familiar y las redes sociales. 

Con la misma convicción con la que algunos de ustedes lo instalaron, encaren la lucha contra el antisemitismo. Nosotros no hemos podido y yo, visto mi estruendoso fracaso, me rindo. 

Está en vuestras manos porque el antisemitismo no es un tema judío.  

Publicado en La Nación

Antisemitismo, antisionismo y judeofobia.

Primero las definiciones.

Antisemitismo es la demonización y hostilidad contra los judíos y su cultura.

Judeofobia designa directamente el odio a los judíos.

Antisionismo es oponerse a la existencia del estado de Israel.

Después del 7 de octubre las 3 palabras quieren decir lo mismo. Veamos una por una.

La repulsa al pueblo judío tiene una larga historia. Fue históricamente acusado por reyes y emperadores, por curas y pastores, de todos los males. Se los investía de ropajes demoníacos y de ser los causantes de pestes y epidemias, de inundaciones y cataclismos, de guerras y sequías. 

¿Por qué fue necesario construir al pueblo judío como el eterno culpable? 

Durante las distintas invasiones en la antigüedad de lo que hoy es Israel, los judíos mantuvieron sus rituales y creencias y no se sometieron a la voluntad de los conquistadores. Esto fue visto por el poder de turno como una rebelión intolerable. Ese pueblo de zaparrastrosos que se lo pasaban leyendo y orando ¿quiénes se creen que son que no respetan ni a griegos ni a romanos, ni a reyes ni a emperadores e insisten en sus creencias absurdas de que dios es uno solo? 

Jesus fue uno de esos judíos rebeldes que predicaba la existencia de un dios único y como la gente lo seguía del único modo en que el poder romano pudo acallarlo fue crucificándolo como un delincuente junto a dos ladrones. 

Jesus fue un rabino, nunca renegó de su judaísmo, siempre lo respetó y predicó en su nombre. 

¿De dónde viene el cristianismo entonces? Es posterior a su muerte y se lo debemos a Pablo y a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los apóstoles que en el primer siglo de la era común escribieron las crónicas de su vida y lo llamaron  Cristo que era la transcripción griega de la palabra hebrea mesías, el que según la promesa de los profetas sería el redentor enviado por Dios. Si era el mesías era el fin de una era y el comienzo de otra, había que diferenciar a los judíos de los nuevos discípulos. Era una nueva religión, el cristianismo. y comenzó la caracterización del judío como el opuesto. Si Cristo era el bien los judíos eran el mal, si Cristo era la santidad los judíos el demonio. 

El proceso de cristianización del judaísmo y de su demonización culminó en el siglo IV cuando el emperador Constantino declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial de lo que quedaba del imperio romano, entronizó y oficializó al cristianismo como la verdadera religión. A partir de entonces se dedicaron a propagar la fe, de ahí la palabra propaganda.

En todas las iglesias y parroquias europeas a partir de entonces las prédicas insistían en la condición maligna de los judíos y los campesinos y el pueblo iletrado tomaba la palabra de curas y prelados como palabra santa. 

En la edad media las acusaciones de la malevolencia judía llevó a que fueran acusados de todo lo malo que sucedía, pestes, hambrunas, inundaciones, reyes y emperadores culpaban de todo a los judíos. Se popularizaron cosas como el libelo de sangre, la acusación de que los judíos secuestraban niños cristianos y los desangraban para sus rituales satánicos, que los judíos tenían los cuernos y una cola de cerdo, que fogoneaban teorías conspirativas por codiciocosos y explotadores. 

Esta judeofobia, este odio a los judíos, fue regada y sostenida durante esos siglos pasando a integrar a la cultura europea, Pero no solo acusaciones. Fueron múltiples las expulsiones de los judíos durante aquellos siglos. Fueron echados de Francia en 1192 y varias veces más en los 1300, de Inglaterra en 1290, de los ducados de Austria, Parma y Milán en los 1400, de Castilla y Aragón  en 1492, Lituania en 1295, Portugal 1496, Navarra 1498 y así lugar por lugar, año tras año, siglo tras siglo sin olvidar los terribles pogromos de la Rusia Zarista en Odessa 1821, Kishinev 1903 y varios otros

Quedan huellas en nuestro idioma de aquellas acusaciones. Por ejemplo la palabra judiada como mala acción, la palabra ladino como astuto, traicionero.

El sonido de la jota de judío se asocia con el sonido de la jota de jodido. Y hay toda una familia de palabras de origen judío y hebreo incorporadas a nuestra habla cotidiana pero invisibilizadas como originadas en la cultura judía: amén, aleluya, barajas, eden, jubileo, cábala, mesías y las que vienen del idish como idishe mame, tujes y tantas otras.

Hasta el siglo XIX en que la judeofobia se transformó en antisemitismo.

Fue a raíz de dos teorías: una la teoría racial y la otra el origen de las lenguas.

Veamos la teoría racial.

Los europeos esclavistas debían explicarse de alguna manera por qué los negros y los indígenas americanos, tenían otro color, otras costumbres, otras lenguas. No eran iguales que ellos, los veían como inferiores, bárbaros, incapaces, más animales que humanos. La teoría racial decía que hay razas superiores e inferiores y que los europeos, por supuesto, eran superiores lo que tranquiliza las almas civilizadas europeas que lucraban  con esta conveniente explicación que justificaba el negocio esclavista.

Al mismo se puso en boga la ciencia lingüística que investigaba los orígenes de los distintos idiomas y se categorizaron familias lingüísticas. Las que  venían del sánscrito, las indoeuropeas tenían raíces arias. Las familias del extremo oriente compartían raíces orientales. Se describieron varias familias.  La afroasiática, la urálica, la esquimo aleutiana, y varias más. Entre ellas, estaba la familia de las lenguas semitas provenientes del medio oriente, como el arameo, el árabe y el hebreo. 

A fines del siglo XIX al político alemán Wilhelm Marr se le ocurrió tomar los orígenes de las lenguas y aplicarlo a la teoría racial, a los orígenes biológicos de las personas. Fundó la organización “Liga antisemita” e introdujo la palabra antisemitismo en la cultura de occidente. Su hipótesis era que los hablaban idiomas arios pertenecían a la raza aria, los que hablaban idiomas semitas a la raza semita. Lo que explica la curiosidad de cómo es posible que judíos y árabes sean ambos semitas. Es que, y ahora lo entendemos, ambos pueblos hablan lenguas semitas pero son distintos pueblos, con historias y culturas diferentes. 

El viejo odio, las viejas acusaciones ahora eran una cuestión racial, biológica. Los judíos eran una raza semita, inferiores, malignos, mentirosos, sucios y conspiradores. Ya no se trataba de una religión o de formas de pensar y vivir sino de algo genético. racial, heredado en la sangre. La conversión al catolicismo como había sido forzoso durante la inquisición dejó de tener sentido. Venía en la sangre, no había forma de cambiar eso. De este modo, la teoría racial sustentó el plan de exterminio nazi. En su delirante proyecto de cambiar al género humano para que solo subsistieran los “puros”, los “arios”, debían hacer desaparecer a todos aquellos pueblos que amenazaban con enlodar su supuesta pureza y superioridad. Empezaron asesinando judíos dado que la judeofobia ya estaba instalada y no había que hacer mucho trabajo para convencer a la gente que venía escuchando acusaciones desde los púlpitos de las iglesias.

Es importante señalar que el plan maestro del nazismo empezaba con el antisemitismo, con el exterminio de los judíos, pero si no hubieran sido derrotados en la guerra habrían seguido con el resto de los “impuros”: latinos y eslavos, orientales,  indígenas de América, Africa, Asia y Oceanía, negros, marrones, amarillos, rojos. Solo se salvarían los que podían probar su pura ascendencia “aria”. Pero ya sabemos que esto de las razas fue una superchería, que la cosa venía de los idiomas que se hablaban. 

La teoría racial es un delirio y una falsedad al que se adscribieron muchos que la dieron por cierta. Incluso hoy está tan enraizada en la cultura occidental que hablamos de racismo, muchos organismos y académicos siguen usando la palabra raza como si tuviera alguna validez y legitimidad científica. 

No existen razas entre los humanos, somos la raza humana, una sola, sin subdivisiones de ninguna especie.

Hay varios textos que difunden el prejuicio antisemita. “Los protocolos de los sabios de Sión” ese panfleto escrito por la policía zarista, “El judío internacional” de Henry Ford, en la Argentina “La Bolsa” de Julián Martel, las notas y tapas de Clarinada en la década del treinta. Sin dejar de mencionar la Circular 11 que desde 1938, un año antes del comienzo de la II guerra, restringía el ingreso de refugiados judíos del nazismo a la Argentina y el supuesto plan andinia que aún se sigue mencionando como real por los antisemitas de turno.  En la Argentina hemos vivido las incursiones de Tacuara de la pasada década del sesenta, los ataques a Graciela Sirota y a Norma Penjerek, el antisemitismo durante la dictadura, los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA donde murieron judíos e “inocentes”, ¿se acuerdan? el asesinato del fiscal Nissman.

¿Y por qué decimos que antisionismo es sinónimo de antisemitismo y judeofobia?

Escuchamos con frecuencia la frase “yo no soy antisemita, soy antisionista” dicha incluso hasta por algunos judíos.

El sionismo es un movimiento político nacido a finales del siglo XIX. En la misma época de la invención del concepto de antisemitismo. Como consecuencia del infame juicio al capitán Dreyfus en el que se derramó la judeofobia francesa, Theodor Herzl pensó y soñó con la necesidad de un estado nacional judío, en sitio propio, un hogar,  a salvo del antisemitismo para vivir sin esa constante amenaza. El regreso a la tierra en la que habían vivido durante su origen como pueblo era un anhelo expresado año tras año alrededor de la mesa familiar en todos los hogares judíos. La fiesta del año nuevo, rosh hashaná, termina siempre con la frase “el año que viene en Jerusalém”. Luego de la II guerra, las Naciones Unidas decretaron la partición de la tierra que los ingleses habían llamado Palestina en dos naciones, una judía y otra árabe. Los judíos lo aceptaron, los árabes no. Luego de la retirada británica todos los vecinos árabes atacaron al recién nacido estado y fueron derrotados. Los árabes que vivían en Israel abandonaron sus casas y sus terrenos alentados por los que les decían que sería transitorio hasta que todos los judíos desaparecieran y ello pudieran regresar. Se crearon los campos de refugiados y el desgarrador anhelo de haber perdido su casa, su lugar. Al mismo tiempo más de un millón de judíos fue expulsado de los países árabes. 

A partir de allí se sucedieron los ataques, las guerras, y los atacantes fueron vencidos en todas. La geopolítica y el petróleo cambiaron los apoyos internacionales y hubo una nueva partición del mundo.. El punto de inflexión fue la Guerra de los Seis Días a partir de la cual Israel se convirtió en un enemigo poderoso. La Unión Soviética se alió con los países árabes mientras que los países occidentales lo hicieron con Israel. Ya olvidada la victimización sufrida por los judíos en los campos de exterminio, la imagen del judío víctima se cambió por la del judío vencedor y aguerrido, el que defendería a sangre y fuego su nación y su casa. La OLP liderada por Yaser Arafat regía la vida de los exiliados en los campamentos de refugiados y creó el concepto de pueblo palestino como un modo de aglutinarlos e instalar una bandera de lucha y reivindicación. En lo que hoy se llama pueblo palestino hay árabes y cristianos. Israel comenzó a ser acusado de expulsivos, de colonizadores y hoy como haciendo apartheid. Todas acusaciones infundadas y contradichas por los hechos. 

En esta breve e incompleta crónica debemos señalar que ninguna de las guerras sucedidas fue comenzada por Israel, siempre respondió de manera defensiva. La OLP perdió poder político en manos de Hamás que hoy es amo y señor de los territorios, la franja de Gaza y la ribera oriental de Judea y Samaria. Los israelíes abandonaron Gaza en 2005 y los palestinos destruyeron todos los emprendimientos construidos (granjas, viveros, fabricas). La constitución de Hamás enuncia sin eufemismos que su objetivo es la ocupación de Israel y la erradicación de todos los judíos. El exterminio es un propósito fundante y explícito. El pogrom perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre es la concretización de ese objetivo y anuncia su disposición a seguir haciéndolo hasta que no quede ningún judío. La frase “desde el río hasta el mar” es una clara enunciación del propósito asesino. 

“No soy antisemita, soy antisionista”. En esta formulación se advierte una doble negación. El antisionismo implica la negación de la existencia de Israel, no lo reconoce como legítimo y su consecuencia sería la expulsión de los judíos de allí o, como reza el islamismo radical, el exterminio del pueblo judío de la faz de la tierra. Se acusa a Israel de la muerte de miles de gazatíes. Los mismos que fueron alertados con anticipación de los ataques para que pudieran evacuar los lugar a ser atacados y evitar su muerte y que Hamás los convencía o forzaba a quedarse con lo cual, si eran atacados, conseguían el rédito político de mostrarlos como víctimas de los israelíes. La tragedia del pueblo gazatí es una consecuencia directa de la dictadura de Hamás.

Las acusaciones hacia Israel replican las históricas acusaciones judeófobas travestidas hoy como políticas. Hemos dicho hasta el cansancio que criticar alguna política israelí es legítimo como criticar a cualquier política de cualquier país del mundo. Pero a ningún país del mundo se le niega el derecho a existir. Ningún país es identificado con su gobierno.A ningún país se le exige que sus residentes lo abandonen. Ningún país es acusado de maldad, crueldad, discriminación, racismo -¡qué paradoja! como Israel. Guerras y asesinatos en todas las latitudes son pasados por alto y no registrados como merecedores de repulsa social ni por los medios. Salvo que se trate de Israel. Hay que vender noticias y ya sabemos, jews are news. 

Muchos antisionistas no advierten el antisemitismo involucrado en su posición. Esa es la doble negación en que incurren: No ven que no ven. Reconocerse antisionista hoy es cool, antisemita está mal visto. Los islamistas radicales han hecho un exitoso trabajo de instalación del pueblo palestino como víctima de Israel, están ganando la batalla cultural y hoy se vuelve a demonizar a los judíos y a acusarlos de todo lo malo que sucede. ¡a la hoguera! ¡a las cámaras de gas! ¡a morir, otra vez!

Por todo ello antisionismo es igual que antisemitismo.



El olor nauseabundo del antisemitismo

Ilustración: Fidel Sciavo

Cuando parecía que había llegado la primavera y el aroma de los jacarandás en flor prometía nuevas esperanzas se destapó una cloaca que habíamos olvidado que existía.

Luego de que el mundo se horrorizó y condolió ante el cruel y brutal pogrom asesino de los terroristas de Hamás, solo unos poquitos días después, justo justo cuando los atacados comenzaban a defenderse, brotó de las alcantarillas subterráneas un pestilente olor.

El viejo antisemitismo que creíamos amainado, solo había estado dormido y ante la “osadía” de los israelíes de defender a su gente y a su territorio abrió los ojos, se desperezó y salió a la superficie, triunfante, a destilar su odio ancestral.

El antisemitismo no es nuevo. La palabra lo es, pero el odio al judío es un viejo conocido de occidente. La judeofobia existe, persiste y derrama su veneno hace más de 16 siglos. Hizo su aparición oficial cuando el emperador Constantino en el Siglo V enunció “con esta espada venceré”, una espada en forma de cruz y la Iglesia Católica se amalgamó con el poder imperial.

Esa entronización del cristianismo requirió nuevas definiciones en la necesidad de separarse de su padre en la fe y el lápiz del nuevo reino comenzó a dibujar al judío como “el otro” a superar. Era preciso construir una nueva identidad que lo negara, lo suplantara y lo venciera. La construcción de esa alteridad demoníaca devino odio.

El odio al judío formó parte constitutiva de la cultura occidental alimentado por falsas acusaciones que integran el imaginario europeo. El judío usurero, codicioso y diabólico se volvió parte del folklore occidental y culminó con el judío “racial”, el “semita” que caricaturizó el nazismo y al que planeó exterminar.

Ese odio se ha naturalizado y hoy se llama antisemitismo. Como los túneles de Hamas que ocultaban su rearme asesino el antisemitismo circuló por cloacas subterráneas no del todo herméticas.

Cada tanto se escapaba su olor fétido: en la semana trágica en 1919, en los textos de la infame Clarinada, los estallidos de Tacuara, los ataques a la embajada de Israel y a la sede de la AMIA, el asesinato del fiscal Nissman. Y hoy estallaron las cloacas.

El antisemitismo que explotó cuando el estado de Israel decidió defenderse como cualquier nación en su lugar tiene el derecho de hacer, derramó su fluido cloacal de heces pútridas que nos impiden respirar libremente.

“No soy antisemita” responden los que acusan a Israel mientras evitan pronunciarse en contra del terrorismo. Es que el antisemitismo está tan integrado a nuestra cultura que se ha invisiblizado y los que lo sienten no tienen conciencia de ello.

Entendemos y compartimos la angustia por lo que están sufriendo los gazatíes rehenes de Hamás, muchos de ellos inocentes de las decisiones tomadas por sus gobernantes. Ninguna muerte es peor que otra. Ningún niño lastimado duele menos que otro. Pero condolerse solo por el pueblo gazatí que sufre las consecuencias de lo que sus dirigentes han generado nos deja pensando en dónde estuvieron estas personas condolientes cuando tantos inocentes fueron asesinados en Siria, Líbano, Libia, Yemen, Irak, Ucrania.

Debe ser que se les enciende el furor humanitario solo cuando hay judíos involucrados, judíos que, encima, no reciben los ataques con resignación sino que tiene el descaro de defenderse. Los deshechos cloacales del antisemitismo están de fiesta. Jews are news. ¡Hay judíos! Si hay judíos nos ponemos en guardia. Si hay judíos se despierta nuestro interés y podemos confirmar tal vez que la eterna amenaza de lo judio, ese sentimiento larvado que nos constituye y del que, si nos damos cuenta, nos avergonzamos, es cierto y ahora ¡lo podemos decir en voz alta!

Y a vos, el que dice “sí, pero Israel…” a vos te lo digo: se te despertó el antisemita que tenías dormido y ahora te sentís con derecho a execrar al judío porque ahora dejó de ser políticamente incorrecto hacerlo. Si hasta lo hacen intelectuales, estudiantes, gobiernos. Si también lo dicen algunos judíos.

Si todos ellos lo muestran abiertamente vos podés también. Y si te acusan de antisemita como estoy haciendo yo, podes escudarte tras al disculpador “tengo un amigo judío” como los terroristas de Hamás con sus lanzamisiles tras escuelas y hospitales.

No estás solo culpando a la víctima, repetís el modelo nazi, ellos también culparon a los judíos por otro pogrom, el de noviembre, la Kristallnacht. Repetís el estado hipnótico en el que cayó gran parte del pueblo alemán seducido por las consignas nacional socialistas y embadurnado de estiércol lo glorificás, lo enarbolás como legítimo.

Si es hasta un motivo de orgullo como aquel terrorista de Hamás que llamó a su papá y dijo “papá, podés estar orgulloso de mí, acabo de matar a diez judíos, dame con mamá así también se lo cuento a ella”. Si el olor a mierda de este antisemitismo descloacado no te descompone, me pregunto qué les está pasando a tus papilas olfatorias, con qué las anestesiaste, cómo confundís la pestilencia con perfume.

Ser elegido tiene sus "privilegios"

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El pueblo judío es un pueblo privilegiado. En los comienzos de su historia oral dicen los textos que fue designado para ser portador del monoteísmo, ingente tarea en un mundo panteísta y adorador de imágenes. Ese concepto abstracto, no era una persona ni tenía imagen, ni siquiera tenía nombre, era EL-NOMBRE, constituyó el eje alrededor del cual se desarrolló la misión y la cultura del pueblo judío. La extraña idea del Dios único traída por estos pastores nómades fue sostenida durante siglos y siglos hasta que un grupo de judíos crearon su coto propio y la transformaron lo suficiente como para llamarse de otra manera. Lo que sigue es conocido. A la religión del padre le siguió el cristianismo, la religión del hijo, luego el islam, la religión de los cuñados (sunitas, los descendientes de Mahoma y chiitas los de Alí, el yerno de Mahoma). La cristiandad y el islam se lo tomaron a pecho y difundieron, en sermones y exhortaciones y también a capa y espada, la extraña idea del monoteísmo que los esforzados pastores habían sostenido persistentemente aún cuando el contexto de múltiples divinidades e imágenes les había sido tan adverso. Era una carga pero habíamos sido elegidos para eso.

Pasado el Holocausto que nos puso como blanco de la guerra contra los judíos emprendida por el nazismo y exterminó a un tercio, hoy los judíos tenemos el renovado privilegio de estar en el centro de polémicas, acusaciones y protestas. Es encomiable y regocijante que mucha gente en la izquierda progresista y en la derecha fascista se preocupe tanto por los palestinos a los que sus dirigentes no dejan salir del desgarrador status de refugiados perpetuos. Esa preocupación habla muy bien de la Humanidad, de la mirada ética, de lo mejor que tenemos los humanos interesados por el prójimo. Pero en su honda y genuina preocupación simplifican un tanto el cuadro y lo reducen a buenos y malos, perpetradores y víctimas, débiles y poderosos sin considerar los contextos. Es tanta la defensa que hacen del victimizado pueblo palestino que no ven, o ven pero dejan de lado, que es un peón en un juego que lo trasciende, un juego de codicia y poder en el entramado geopolítico que excede en mucho a la dicotomía construida con una narrativa tendenciosa. Ambos pueblos sufren sus consecuencias durante las últimas 7 décadas. Los refugiados palestinos usados como escudos, mantenidos en la transitoriedad, azuzados para odiar por un lado y los residentes israelíes que, además de tener sobre sí la constante amenaza de la destrucción de Israel como estado, viven diariamente el terror de los atentados tanto con cuchillos caseros como con misiles altamente desarrollados. El argumento sobre simplificado señala a Israel como el perpetrador del pueblo palestino y a éste como su víctima propiciatoria. Nada se dice ni se sabe ni se quiere sugerir acerca de los intereses en juego en la dirigencia palestina que medra con el estado de victimización al que somete a su pueblo y que no le interesa modificar. Hay muchos negocios allí. Para mantener el statu quo hace falta que el pueblo palestino se mantenga unificado y acepte a esa dirigencia corrupta. Esa unidad se consigue instalando a un enemigo común, igual que todo estado totalitario y el nazismo, en este caso con una eficaz escuela de odio cuyo objetivo es la destrucción del Estado de Israel.

La política de los gobiernos de Israel puede ser criticada, y de hecho lo es especialmente por sus propios ciudadanos dado que es el único estado democrático en el oriente medio. Pero oponerse a su política ¿justifica su total aniquilación como país?.

Confío en la humanidad de los reclamos y espero que los mismos que se muestran tan preocupados por lo que sucede en aquel distante lugar del mundo, miren también lo que sucede en otras partes y se pronuncien con la misma energía y a viva voz en contra de asesinatos, injusticias y perpetraciones como las de cristianos y kurdos masacrados en Siria, y, por mencionar solo unos pocos sitios más, lo que sucede en Turquía, Zimbabwe, China, Pakistán, Arabia Saudita, Bielorrusia y siguen las firmas. Ésos y tantos más son sitios en los que la población sufre condiciones inauditas pero, aparentemente, ninguno de esos lugares y pueblos les resultan suficientemente atractivos a los bien pensantes anti israelíes como para protestar o no les despierta una irrefrenable ansia liberadora. La acusación a Israel es una obsesión que, en vista de tanto ataque a otros pueblos, resulta difícil de comprender si solo se protesta por ello a menos que se la lea desde el viejo prejuicio anti judío que aún sigue vigente en la cultura occidental.

O sea que seguimos siendo el pueblo elegido. Y ser elegido tiene sus “privilegios”. Nos eligen como blanco quienes arguyen que no deberíamos existir y nuestro triste “privilegio” es ser el único país en el planeta que debe seguir luchando para mantenerse vivo.

Es tan fuerte la judeofobia ancestral que no pueden dejar de mirarnos, vernos y acusarnos de cualquier peste negra que asole la Tierra. Y no resiste el menor análisis eso de que “no soy antisemita, soy antisionista”. Acusar a los judíos vende, asegura atención, centimetraje periodístico y difusión en las redes sociales. Jews are news. Siempre.

Publicado en Infobae.
Publicado en Por Israel

UNA JUDÍA ACONSEJA A POLÍTICOS Y COMUNICADORES

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Si no han aprendido hasta ahora, es hora de que lo hagan y se ahorren problemas. Eviten mencionar a los judíos o a cualquier cosa atinente a nosotros. No se metan en problemas, es complicado. Cualquier cosa que digan puede sonar mal. Mencionando algo relacionado a los judíos –religión, holocausto, nazismo y así- sin saber bien de qué se está hablando puede traer consecuencias no buscadas. E inmediatamente se enciende un alerta y se disparan las sirenas. La cosa no es caprichosa ni aleatoria, tiene una explicación. Se trata de un secreto milenario: hemos desarrollado un dispositivo protector de transmisión oral, la ABEJA -sigla de Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente- que, a modo de sismógrafo sutil y sensiblemente calibrado, incorpora, estudia, evalúa y nos pone en guardia, ante el más mínimo atisbo de ignorancia o discriminación anti judía.  La ABEJA está siempre alerta, es una cuestión de supervivencia.

Aunque su necesidad tiene más de dos mil años, la ABEJA así como lo conocemos hoy –aunque más primitiva- tiene su origen en Europa. Nació en el siglo IV bajo el imperio de Constantino el que instaló a la Iglesia como religión del imperio e impuso a mis antepasados el rótulo de asesinos de Cristo. A partir de allí la ABEJA se fue perfeccionando durante los siglos de bulas papales y peleas feudales y principescas, que llevaron a la prohibición de poseer tierras, la imposición de ocuparse solo de finanzas, artesanías y comercio para después señalarnos como usureros. La ABEJA fue recalibrada durante las Cruzadas, con la difusión del libelo de sangre (que nos acusaba de secuestrar niños cristianos y desangrarlos para nuestros rituales demoníacos), tuvo otro momento rutilante en la Inquisición, las conversiones forzosas, las matanzas, las torturas, y luego en los exilios y las deambulaciones de mis tatarabuelos; sufrió un nuevo ajuste con las teorías raciales que condujeron al así llamado antisemitismo, y luego con el invento de los Protocolos de los Sabios de Sión, los pogromos asesinos que se llevaron a mis abuelos –la ABEJA había quedado desactualizada- hasta el final de fiesta a toda pompa y sangre que fue el nazismo y la Shoá donde se masacró a casi toda mi familia. Luego de eso la ABEJA, nuevamente perfeccionada, pareció haber alcanzado su calibración definitiva y hasta se creía que nunca más iba a ser necesaria. Pero no. Cuando los sobrevivientes se sacudían las cenizas que ensombrecían sus memorias y ya Israel era un sueño hecho realidad, aplaudido por todos mientras estaba en las malas, bastó que ganara su primer guerra, la de los Seis Días, para que la mirada benévola se volviera acusación. Los técnicos se abocaron a recalibrar nuevamente a la ABEJA ahora a un nuevo nivel: mientras nos dejamos matar, está bien, pero cuando decidimos que una parte de la tribu sea un país como cualquier otro, eso sí que no. El ajuste actual incluyó en consecuencia al antisionismo que enarbola el sucio dedo de la culpa señalándonos, pero con un evidente alivio, un “ya lo sabíamos, no son de fiar estos judíos”. La ABEJA revela en sus registros que el judeófobo  justifica así su mala conciencia y su odio ancestral. Y no digo que acuerde con el gobierno de Israel ni con lo que pasa allá, no tengo por qué defender ni justificar ni participar de sus decisiones. No los voté, soy argentina y voto acá. Aunque pertenezco a la misma tribu de los judíos que viven en Israel, no soy israelí, pero como de la misma tribu me afecta lo que allí suceda y me toca lo que de ello se diga aunque no sea responsable. (Israel es un país, no es “los judíos”). Sí, ya sé, no es fácil. Y la ABEJA hubo de ser ajustada nuevamente porque nos “toleran” mientras seamos débiles, víctimas, estudiosos, comerciantes o prestamistas, pero no somos “tolerados” si no nos dejamos matar, si queremos ser igual que cualquiera. Y llegamos al día de hoy con la nueva palabreja del mundo políticamente correcto, la tolerancia. Qué espantosa palabra, ¿no?. Se tolera al que no se quiere, al que no se acepta, al que se aguanta.

Y ni qué decir de las bombas a la embajada de Israel y a la mutual judía, el mayor atentado terrorista que sufrió la Argentina, cuando se dijo, otra vez con alivio, que murieron judíos e inocentes. La ABEJA tuvo mucho trabajo esos días y hubo de sufrir una nueva recalibración.

Por todo esto, queridos políticos K, no-K o anti-K, queridos candidatos a políticos, queridos asesores de los candidatos a políticos, queridos periodistas y comunicadores sociales, tengan cuidado cuando nos usan con ligereza en sus declaraciones. La ABEJA saca el aguijón, se pone a vibrar como loca y se vienen los comunicados, los reclamos, los pedidos de disculpas, los medios levantan la noticia y la acomodan para atacar a unos y a otros. No hay ganancia. Mejor no digan nada. Háganme caso. No se metan en camisa de once varas que aprieta y enseguida se le saltan los botones.

Publicado por El diario de Leuco, 1 de septiembre 2020

Carta de Lectores publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?